En los viajes que organiza el Instituto de la Seguridad Social para recrear a las personas de la tercera edad, como es mi caso, este año lo hemos pasado en Benidorm, ciudad alicantina y capital del turismo de la Costa Blanca. Esta comarca es un cúmulo de luz, de claridad, a veces cegadora, pero a ciertas horas del día y según que épocas del año puede ser suave, acariciadora como su brisa marina, o plena de destellos dorados, azules, amarillos, carmesís? embriagando los ojos y el espíritu del viajero en especial de otras latitudes donde no se puede disfrutar estas maravillas, conformadas debido al benigno clima y a la tri-simbiosis tierra, mar y cielo que unidos en perfecta armonía hacen de la Costa Blanca un lugar privilegiado.

A los jubilados o pensionistas, como nos llaman, las guías turísticas no nos dejan respirar: excursiones, paseos en tren, bicicleta, borrico o a golpe de zapatilla, esto último quien pueda hacerlo puesto que a estas nuestras edades «quien no cojea renquea»; los años no pasan en balde, y mucho más para las personas que han pasado toda su vida en trabajos duros en el campo, la fábrica o la obra, noches de cabaret o espectáculos de toda índole. Sin olvidar que todos han de aprender a bailar el baile vaquero puesto que no eres un buen jubilado si no aprendes a bailar el dicho bailecito, aprendido a fuerza de contar los pasos, como la sardana, en fin, yo pensaba que dejarme llevar por el ritmo de las canciones sería suficiente. ¡Pero no! ¡Hay que contar los pasos! Y así de ese modo, balanceándote, contando pasos atrás, adelante, además de recordar nuestros años mozos en que hacíamos «la mili» puesto que también hemos de ir todos formaditos, ayudamos a retrasar la llegada del Alzhéimer, esa maldita enfermedad que pesa sobre nosotros y nos oprime como una espada de Damocles.

En una de las excursiones a los pueblos cercanos del interior, visitamos La Nucía, Finestrat, Callosa, Altea, Guadalest, Polop?. En Polop estuvimos en un interesante museo de miniaturas digno de verse, pero al pasar por delante del museo de Gabriel Miró ni una palabrita referente al gran escritor alicantino, autor entre otras obras de: Blanco en azul, El humo dormido, Las cerezas del cementerio -obra que tuve el privilegio de ver representada por una magnífica doña Concha Velasco-, El obispo Leproso, Nuestro padre San Daniel, Figuras de la Pasión, Libro de Sigüenza?. pero sobre todo Años y Leguas, obra en la que retrata los pueblos de la comarca de la Marina y en especial Polop. Allí seguía la fuente de los doscientos veinte caños con una frase de su libro Años y Leguas, en la fachada del museo un grabado en azulejos de Benjamín Palencia, otro gran olvidado y ni una palabra de ellos, como si no hubiesen existido, exactamente igual de olvidados que nuestro gran compositor Óscar Esplá que retrató en sus partituras toda la comarca, «la Montaya i el Pla» el Puig Campana, la «Serra de Bernia», Aitana (el monte sagrado de la Contestania Ibérica) cuya partitura se asemeja más a un canto de amor, a una oración que a una sinfonía, pese a su composición avanzadísima armónica y formalmente, pese a su dodecafonismo?Con la escucha de la obra se siente el aroma de los pinos, los almendros en flor, y cuantas plantas aromáticas y medicinales pueda uno imaginarse, todos los aromas del Mare Nostrum allí a sus pies, aromas de sal, de especias, de lejanos países, de esencias ignotas e indefinidas que el discurrir de la música te va inyectando por todos los poros de la piel?. además de percibir oteando desde la cumbre casi toda la provincia y hasta Valencia, todo ello con una escritura propia de un genio como fue el maestro Esplá. Sin olvidar sus Canciones playeras, La Pájara Pinta, Salmo de Profundis, Los Cyclopes de Ifach, las tonadas sobre La montaña y el mar, sus maravillosas y sensibles baladas En el Hogar, Antaño, D. Quijote velando las armas, Sonata del Sur? Y ni una palabra sobre esas personas, esos maestros, así como del pintor Gastón Castelló, autor de los frescos del Ayuntamiento de Alicante, de la estación de autobuses; los Bañuls, Pérez Baeza donde reconocía este servidor los almendros en flor que con tanto cariño pintó en aquel paisaje avasallado, arrasado por la especulación, de los cuales Miró escribió: «Y si en invierno visitáis mi país y veis los árboles pintados de blanco, no penséis que es nieve, pues en mi país los árboles florecen en invierno». Algún almendro se veía, de los que tenazmente se aferran a la vida, pese a la piqueta destructora de las villas, chalets, hoteles que lo llenaban todo, vendiendo un lugar en el sol, vendiendo la sagrada tierra, una tierra donde Sala, Aracil? El poeta Juan Gil-Albert y otro sinnúmero de ellos derramaron su arte.

Y me preguntaba: ¿Qué estudian para ser guías turísticos?

Y la conclusión es que: ¡Nada! Sólo los chiringuitos, tiendas, bodegas?. donde pueden sacarles los ahorros a los visitantes. Me resultaba aterrador. En Altea pretendían que entrara en una peletería, y le dije, señorita: ¿Aquello de enfrente no es el Palau d´Altea, el centro más importante de cultura de la ciudad y donde se celebra uno de los grandes certámenes de música de nuestra comunidad? Me contesta: sí, pero es que después de la peletería nos vamos y no nos queda tiempo para visitarlo. Y la verdad es que, como siempre ocurre, para la música, el arte, la poesía, la cultura?. ¡Siempre es tarde! ¡Siempre falta tiempo!

Han terminado las vacaciones y he regresado desolado a mi casa en Agost, un pueblecito del interior, tranquilo, remoto, donde no hay playa ni casi jolgorios, y me he recluido en la soledad de mi cuarto y mi huertecito en la montaña del Maigmó a restaurar, a curar mi cuerpo de tanto jolgorio, y sobre todo mi espíritu, mi alma, de tanta incomprensión, incultura y zafiedad como le he impuesto estos días.

(*) Manuel Castelló es músico jubilado