Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Bartolomé Pérez Gálvez

Sí preocupa

Por más que algunos lo consideren como un gesto de prudencia, el discurso navideño de Felipe VI me pareció tibio. Nada que ver con su contundente postura de octubre de 2017, frente al desafío de los bravucones secesionistas. Da la impresión de que se encontró con una política de hechos consumados, frente a la que poco tenía que decir y menos que hacer. Bien estuvo el recurso al respeto constitucional, pero empieza a faltarle juego al Jefe del Estado. Eso sí, cuando el Borbón manifiesta la preocupación por Cataluña y el dueto Torra-Torrent se rebela por ello, no hay otra que coincidir con el monarca. Por supuesto que preocupa la situación y razones sobran para ello.

Que el asunto es de órdago, es evidente. Como también lo es que, antes de acabar en manos de la Justicia, el diálogo político debió haberse agotado y a duras penas vio la luz. Mucha víscera y escaso raciocinio. Aun así, cuando una parte decide pasarse las leyes por el forro, hay que demostrar que se tienen reales -los que cuelgan y no los de sangre azul- para asumir las consecuencias. Este es un detalle nada menor, aunque los habituales de mover las aguas parecen olvidarlo. Por mucho que en Bruselas consideren que ya no pueden tratar a los separatistas como delincuentes, por estar pactando con Pedro Sánchez, la única verdad es que no han dejado de serlo. Podrá discutirse si las penas impuestas son más o menos duras -por cierto, bastante más bajas que las solicitadas por la Fiscalía-, pero fue el Tribunal Supremo quien decidió que los Junqueras y compañía cometieron delitos de sedición y de malversación. Si no llegaron a mayores fue gracias a esa Abogacía General del Estado que, ya bajo el gobierno del Pedro Sánchez, fue complaciente modificando su criterio inicial y dejando a un lado el más grave delito de rebelión. Que los condenados tengan más valentía y coraje que el cobarde Puigdemont y su tropa de forajidos -que no exiliados, oiga-, no les quita un ápice de su condición delictiva. De poco sirve que, ahora, Junqueras insista en que «nada de lo que hicimos era delito». Lo es y punto.

No sé por qué diablos, cuando uno defiende este punto de vista le acaban tildando de retrógrado, cuando no de facha. Supongo que será por la tendencia a defender lo políticamente correcto y criticar cuanto se oponga al establishment. Intencionadamente se realiza una asociación emocional con las derechas, pero la realidad es ajena a las ideologías. Vaya, que el delito está juzgado y, no por recordarlo, un servidor besa por donde pasen los Casado, Abascal o Arrimadas. Digamos las cosas como son. Pedro Sánchez está pactando con delincuentes condenados por sedición y por malversar el dinero de todos. Eso sí, son delincuentes íntegros y consecuentes con su reprobada conducta. Junqueras acaba de recordarnos que la independencia de Cataluña es tan «irreversible» como es «inevitable» que se celebre un nuevo referéndum. Vaya, que no hay propósito de enmienda. Una postura que, más allá de su significado en términos legales, podría merecer un aplauso por su coherencia. Sin embargo, a efectos de cuanto nos interesa a los ciudadanos de a pie, sus declaraciones solo vienen a ratificar que España está en manos del ego desmesurado de Sánchez y de los intereses separatistas de la mitad -en el mejor de los casos- de una comunidad autónoma. A la otra mitad de catalanes y al resto de los españoles, que nos zurzan.

Cataluña preocupa, y esta preocupación sitúa injustamente en segundo plano otras necesidades territoriales tanto o más importantes. Se han empeñado en ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. Lo triste es que, tardando tanto el entierro -político, entiéndame- se les siga ofreciendo bautizos y bodas. En su prepotente insistencia por identificar al resto de España como un todo homogéneo, olvidan que cada comunidad autónoma también tiene su propio hecho diferencial. Y no solo en términos históricos, porque bien lejos quedan los no tan ilustres ancestros catalanes de reinos de enjundia como los de Castilla, León, Aragón, Navarra o Valencia, el califato de Córdoba o las taifas de Andalucía. No me comparen, por favor, con los nuevos ricos. Tan importantes debieran ser los desequilibrios territoriales en el resto del país como el conflicto catalán y, sin embargo, no reciben el mismo interés. Y no solo de Cataluña vive España. Para contentar a los secesionistas y que Sánchez e Iglesias suban a los altares, el resto de españoles acabaremos por pasarlas canutas. Tiempo al tiempo, que la pela es la pela. Ya saben.

Sánchez la jodió pactando a bote pronto con Podemos y sin respetar la más mínima cortesía parlamentaria. En el PP se vieron forzados a tragar con la afrenta y convertirla en teórica ventaja. De ahí su negativa posterior a llegar a acuerdos. Una buena opción como partido -a la espera de la previsible hecatombe de ese gobierno «Frankenstein»-, pero mala para el país. Y a Ciudadanos de poco le sirve ahora que Arrimadas ofrezca a sus diez diputados, porque el número es insignificante. Solo queda esperar que acaben bajándose del burro y acuerden una abstención a cambio de un gobierno monocolor. Si lo que se pretende es facilitar menos inestabilidad que la que se prevé para los próximos años, es lo que hay. Porque el problema no solo es el actual, sino cómo afrontamos la que se nos viene encima. Supongo que ya es tarde.

Eso sí, no le cuelguen el sambenito al PSOE en su conjunto porque, si el partido va sobrado de meapilas, también hay valientes a doquier. Cuando menos, algunos de sus barones territoriales, si bien no todos. Desde Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page ha sido tan claro como contundente: «lo de Cataluña no puede terminar arreglándose con un cheque». Sí señor, que el parné es lo que nos estamos jugando. En Aragón, Javier Lambán tildó de mamarrachos -acertadamente, dicho sea de paso- a los historiadores de barriga agradecida que reescriben el pasado según complace al independentismo. También habrá que recordar que el presidente extremeño, Guillermo Fernández Vara, se mantiene como principal valedor de la aplicación del artículo 155 desde las filas socialistas. Otra cosa son estas tierras, las valencianas, donde Ximo Puig tiene difícil resistirse a las ínfulas expansionistas del delirio catalanista. Visto cómo respiran sus socios de gobierno, el asunto es algo más complejo.

En fin, que si París bien valió una misa, quizás España merezca un concilio. La cuestión es con quién y a qué precio. Y claro que hay motivos para preocuparse.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats