Hay tradiciones que perduran, hay tradiciones que desaparecen, hay tradiciones que varían y entonces se convierten en tradiciones que se transmiten de viva voz, hay tradiciones que se van perdiendo, pero que no se olvidan, se eclipsan, no se borran de la mente porque se cuentan y se mantienen en el pensamiento.

La empresa fue fundada en 1928, en Murcia, por Juan Antonio Mirete Rubio, quien en sus comienzos realizaba una labor totalmente artesanal, primero con los belenes de barro y poco después con los juguetes de cartón piedra, gigantes y cabezudos, y figuras de belén. Ya en febrero 1955 fueron elegidos sus hijos J osé, Aurelio y Antonio Mirete Sáez, para que en sus talleres de Murcia diseñaran y construyeran los nuevos gigantes y cabezudos de Torrevieja: Lily y su comparsa.

Movido por la gran demanda recibidos de todas partes y con al ánimo de ampliar el negocio, en 1957, la familia Mirete decidió abrir un nuevo taller, cuidando mucho que en el lugar elegido no hubiese fábricas de conservas por temor a la huida de mano de obra durante la temporada de la fruta, siendo este el motivo principal por el que escogieron Torrevieja. Allí se trasladó, como primer maestro artesano, Manuel Jiménez Oviedo para poner en marcha este nuevo taller.

Constituidos en sociedad anónima, la fábrica en Torrevieja se dedicaría especialmente al modelado, horneado de figuras de Belén; instalándose en una amplia nave construida junto al antiguo campo de fútbol, en un solar ocupado hoy por un supermercado. Desde el principio estuvo a su cargo Antonio Mirete Sáez, quedando sus hermanos encargados del taller de Murcia, todavía hoy en funcionamiento en la carretera de Monteagudo, cerca de Las Atalayas.

Se abrieron las nuevas instalaciones el 27 de abril de 1957, siendo la única fábrica de figuras de belén que había en la provincia de Alicante. El taller durante todo el año producía piezas de Belén que se iban almacenando, aunque ya se empezaban a vender desde principios de enero.

En Torrevieja era calificada de «Fábrica de Muñecos», con cierto aire despectivo; aunque su verdadero nombre que aparecía rotulado en su fachada se leía: «J. A. MIRETE FABRICA DE FIGURAS DECORATIVAS Y PARA BELENES». Por aquellos primeros años trabajó de maestro artesano Francisco Quereda Martínez, natural de Murcia, sintiéndose muy reconocido por todos los que pasaban por allí, que consideraban en mucha valía sus trabajos.

Las figuras de nacimiento allí fabricadas no se parecían en nada a aquellos «muñorocos» de barro, pintados en color rosa y con los brazos en cruz, que en la cesta del trapero atraía las miradas de los chiquillos, ni aquellos caballitos de color chocolate, con el arnés verde, azul o rojo, ni a los cantarillos, que glugluteaban cuando se llenaban de agua, que erróneamente algunos creían que salían de aquella fábrica. Allí se utilizaba un barro especial, dándole una sabia aplicación, digna de todo encomio. La parte inicial la constituía el molde, un vacío de escayola o arcilla que obedecía la estudiada estética de una figura «madre» efectuada antes por un acreditado escultor.

En aquellos primeros años, el personal empleado -llegó a tener sesenta trabajadores-, temeroso y muy joven, manejaban los moldes embutiéndoles el barro de que disponían con la mayor meticulosidad. El molde constaba de dos mitades que al cerrarse producía una pequeña rebaba, que luego iba a ser «repasada» con una pequeña espátula de metal. Las partes inferiores de las figuras, consideradas adicionales, tales como los brazos; las patas y las orejas en los caballos y otros animales, se hacían a mano, teniendo que tornear y trazar características difíciles e imprescindibles. Se hacía a mano el trazado del cabello, la ondulación de la barba y otras características de merecido elogio. Luego -una vez secadas al aire- las figuras eran sometidas a una controlada cocción en un horno a unos 800º. Al salir pasaban a la sección de pinturas, que corría a cargo de las chicas.

Los operarios estaban repartidos en diversas mesas dedicadas al vaciado -operación de meter el barro y retirar la rebaba sobrante-, otras mesas ocupadas por operarias que pintaban las figuras; terminando la manufacturación en las mesas de embalaje.

Cuando comenzó a decrecer la artesanía del belén, ente la gran invasión del plástico y el árbol de Navidad, la familia Mirete optó por cambiar sus fabricados en barro por figuras decorativas elaboradas en porcelana. Conservaron eso sí, un belén para realizarlo en esta materia tocados desde una perspectiva modernista y renovadora, pero arrumbaron para siembre los moldes de antaño, muchos de los cuales se habían roto o simplemente perdidos. Desde 1963, la producción belenística empezó a descender y la fabricación se hizo temporal. La estacionalidad de los meses redujo la venta de figuras y la moda entró en la Navidad y aquellas tallas clásicas evolucionaron, pero Antonio Mirete siguió elaborando las piezas clásicas y las modernas, más de cincuenta modelos. Fue un maestro de la más depurada escuela «salzillesca», creador de los más delicados diseños, muy popular y querido de los torrevejenses por su humanidad; falleció en Torrevieja, el 12 de diciembre de 1997, a la edad de 71 años. Su «Fábrica de Muñecos y Figuras de Belén» constituyó en Torrevieja todo un pasaje de su historia. Lugar de trabajo y creatividad para centenares de personas. Como artesano gozó de un gran prestigio fuera de nuestras fronteras, formando parte de las más altas instancias del colectivo de artesanos de la Comunidad Valenciana. Su gran personalidad y su escuela crearon eco.

El 18 de diciembre de 2010, en un sencillo acto celebrado en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Torrevieja, se le hizo entrega a su hijo, Juan Antonio Mirete Herrera, la reproducción de la placa de la calle que homenajea a su padre.