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Tribuna

Un problema de credibilidad

Me refiero a la actual negociación entre PSOE y ERC donde la opacidad es total. Nadie sabe lo que están tratando. ¿De verdad alguien cree que en las conversaciones que mantiene el cuarteto Lastra- Ábalos/ Rufián- Vilalta solo se habla de asuntos que están dentro de la Constitución como hace unos días nos dijo la inefable señora Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno en funciones? Mucho gustaría creerla, pero mucho me temo que aparte del «instrumento de diálogo» (?), como dice Ábalos, de lo que allí se puede estar hablando es de indultos, del derecho a decidir, de posibles referendos y de otras cuestiones que poco tienen que ver con la investidura y mucho con la resolución del «conflicto político con Cataluña» y que deberían tratarse en sede parlamentaria con luz y taquígrafos. Pero el secreto que rodea estos contactos nos impide saberlo y nos obliga a especular.

Esquerra Republicana de Catalunya no es solo el partido de izquierdas que su nombre indica sino, sobre todo, un partido independentista. Y no pretende engañar a nadie. Son sus interlocutores los que se autoengañan y siempre salen trasquilados. Pascual Maragall y el PSC se autoengañaron en 2004 y confundieron a Rodríguez Zapatero que con su vacuo buenismo les llevó a todos a montar la que montaron con la reforma del Estatut que está en la raíz de mucho de lo ocurrido desde entonces. Aceptaré lo que me traigáis, dijo ZP, y le trajeron un texto que fue recurrido y luego modificado por el Tribunal Constitucional con el consiguiente agravio de los que ya lo habían votado en Cataluña. Azuzar luego ese sentimiento fue muy fácil para los independentistas. Y ahora el señor Sánchez está dispuesto a tropezar de nuevo en la misma piedra, autoengañándose si es preciso, porque necesita la abstención de ERC para no tener que convocar terceras elecciones y cavar su tumba política. Y como Junqueras tiene la sartén por el mango y lo sabe le va a apretar las tuercas todo lo que quiera y un poco más.

De entrada, imponiendo sus tiempos. Pedro Sánchez quiere una investidura antes de Navidad, pero a Junqueras no le importa lo que le convenga a Sánchez sino arrebatar el gobierno de la Generalitat a Torra y a Puigdemont y eso significa no darles munición e impedirles que puedan decir que los de ERC son traidores que venden Cataluña o que renuncian a sus compromisos. Por eso Salvador Sabriá ha dicho en el Parlament que «en la mesa de negociación iremos con la amnistía y el derecho de autodeterminación» y es de agradecer esta claridad porque con ella solo se engaña al que se deja.

Si al final ERC decide apoyar la investidura, como creo que acabará haciendo porque le interesa más un Sánchez débil en la Moncloa que un PP que les negará el pan y la sal, lo hará de forma que obtenga un triunfo que pueda mostrar a sus bases y que le acerque a esa Generalitat que desea. Y ese triunfo será el precio a pagar por el PSOE, porque ERC no firmará pensando en lo que es bueno para España sino para su «república catalana». Ojalá Pedro Sánchez recuerde que el fin no justifica los medios y ponga en práctica la sabia máxima de Ramón Rubial de que primero está el país, luego el partido y luego las personas. Por este orden y no el inverso, como acaba de hacer Netanyahu en Israel convocando las terceras elecciones en un año para mantener su inmunidad y evitar ir al trullo por corrupción.

La última prueba de que ERC no engaña y además tiene que cuidar muy bien el patio trasero ha sido una votación esta semana en el Parlament donde ERC, JxC y la CUP han aprobado una moción que pide la libertad de los siete CDRs detenidos por la Guardia Civil el 23 de septiembre bajo acusaciones de terrorismo, pues dos de ellos han admitido ante el juez la tenencia de explosivos y planes para ocupar el Parlament. El terrorismo no es ninguna broma, pero el texto aprobado dice que la investigación judicial es «una operación de Estado» contra el independentismo, y algunos de los diputados han ido más allá comparando a España con Turquía ( Aurora Madaula, de JxC), criticando que «se abuse del delito de terrorismo y se banalice» ( José Rodríguez, de ERC), o afirmando que se trata de «criminalizar el movimiento independentista» ( María Sirvent de la CUP), mientras los Comunes tocaban su habitual violón y se abstenían como si el asunto no fuera con ellos, y PSC, Ciudadanos y PP votaban en contra sin los votos necesarios para impedir que se aprobara este disparate.

El último gesto (por ahora) de Sánchez ha sido acceder a hablar con Torra, que lo lleva pidiendo desde hace semanas sin obtener respuesta. Hablar es deseable siempre, pero como Sánchez lo hace porque se lo exige ERC ha tratado de camuflar la decisión inventándose una ronda de diálogo con todos los presidentes autonómicos, que no sé yo qué pintan para la investidura. Como era de esperar, a Torra no le ha gustado este café para todos y su portavoz lo ha calificado de «gesto vacío y estéril». A Sánchez le espera un calvario cuando sea investido y a mí me parece patético lo que está ocurriendo y por eso no me fío un pelo de lo que negocian PSOE y ERC. El precedente de la vergonzosa reunión de Pedralbes y el actual secretismo justifican esta desconfianza. Este PSOE no se parece nada al que antes propugnaba un país de ciudadanos libres e iguales.

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