Teruel Existe ha sacado un diputado, y el tema de la España vacía ha sido un tema estrella en la pasada campaña electoral. Según Sergio del Molino, España es como un donut: tenemos población en el centro y la periferia, pero en medio, la cosa es un desastre, lleno de viejos y está vacía literalmente. Esa España media se vació por la gran migración rural entre los años 50 a 70 del pasado siglo. La gente emigró donde había trabajo e industria. País Vasco, Cataluña, Madrid y la zona costera por el turismo, eran destinos estrella. El campo se industrializó con maquinaria y se vació de población, desapareciendo un patrimonio cultural de siglos, un proceso que Miguel Delibes describe de forma magistral en esa joya de novela que es El Camino.

Pero hay una segunda ola de despoblación que ya está aquí, en la costa y las grandes ciudades, de la que se habla menos. En el primer semestre de 2019 nacieron 170.074 niños, menos niños que en 1941, en plena posguerra. En la última década el número de nacimientos ha disminuido un 33%. Los economistas, los sociólogos, y parte de la intelligentsia está muy preocupada, porque con estas cifras no habrá dinero para pagar las pensiones. Todo el mundo habla de las implicaciones económicas. Pero en otros países se da una pasta a las madres por tener hijos, y la tasa de natalidad no es muy superior a la nuestra, y sigue por debajo de los 2,1 hijos por mujer en edad fértil, que es la mínima para que una sociedad no desaparezca.

Las series de televisión, los realities, las novelas, etcétera, hablan del horror de la familia, de los abusos, de la violencia, de los traumas. Hablan del caos y el esfuerzo insoportable que supone criar, que no te dejan viajar, de lo carísimo que es criarlos. El mensaje es que, sólo viajando, comprando, yéndote de copas, cuidando tu cuerpo, eres feliz. Y además, los hijos son un riesgo. Si te separas, te quedas colgado con el niño a cuestas. Y al final no son tu propiedad: se van y hacen su vida. Esa es la actitud que hay en una sociedad donde la enseñanza y la sanidad son gratuitas, pero donde educar y amar a unos hijos exige mucho esfuerzo personal. Como decía Chesterton, los niños son inocentes y aman la sinceridad y la justicia, mientras que nosotros los adultos somos retorcidos y preferimos lo complicado, los matices, el redondeo. Y se nos llena la boca justificando esta extinción programada, este valle de lágrimas lleno de viejos solitarios y aburridos en que se está convirtiendo nuestro país.

Los niños son sencillos, inocentes, y aman la verdad. Son nuestro espejo. Y la imagen que nos devuelve el espejo, es la del horrible monstruo retratado en el cuadro de Dorian Gray que describe magistralmente Oscar Wilde. Cuanto más bello era el verdadero Dorian, mas horrible era su retrato en el cuadro. Porque el cuadro era su verdadero yo: egoísta, vanidoso, arrogante. Los niños son de una sinceridad despiadada. Aquellos que se arriesgan a tener familias numerosas, verán que su cutis se arruga más, pero, por lo que puedo comprobar son más descomplicados y felices que los que están pendientes de su ego todo el día. Porque tienen unos jueces severos a su alrededor, que les premian con su la mas inmensa felicidad y les castigan con la más profunda de sus tristezas: sus hijos. Pero esto no es una teoría. Hay que arriesgarse y probarlo. La realidad no es como el papel, que lo aguanta todo. Aguanta sólo la verdad. Lo demás se acaba hundiendo. Y eso es lo que está pasando. Nuestra sociedad se hunde, si no cambiamos de actitud. No es un problema económico.