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Bartolomé Pérez Gálvez

Peligrosa y divertida

Vaya bronca se ha montado por la letra de una simple canción. Bastó con etiquetarla como una incitación al consumo de drogas para que todo quisqui acabara clamando al cielo. Tiene bemoles que el interés por el problema se limite a estas anécdotas, aunque las malditas drogas anden jodiendo a buena parte de los adolescentes españoles. Lo gracioso es que, por más que vuelva a escuchar la musiquilla -mala de narices, por cierto-, no alcanzo a comprender la razón de tanto escándalo. Eso sí, este esperpento prenavideño da juego para recordar cómo anda el patio.

Les cuento. En la programación «cultural» del Ayuntamiento de Alicante para estas fiestas, se ha colado un «artista» que prometía liarla gorda. Permítanme que abuse del entrecomillado porque, si esto es cultura -ahora, sin comillas-, vayan devolviéndome mis impuestos. Uno no labora para sufragar estas memeces. Y si el tipo es realmente artista, Sinatra y Jobim le maldigan por denigrar la belleza de la música. En fin, decía que el mozo ya advirtió que la liaría y advertía que daría a conocer «la realidad sobre las drogas o el desconocido sexo anal heterosexual». Eso escribió en un mensaje previo al show y, en lo primero, no ha ido tan desencaminado. Respecto a las cuestiones rectales, es de suponer que no diría ni pío porque la bronca habría sido mayúscula. El chico avisó de la que podía armar, pero en el Ayuntamiento no se enteró ni el Tato. Cultura de pacotilla.

La balada en cuestión insistía en repetir que «la droga es una cosa peligrosa y divertida». Para ser sincero, la frase me parece tan acertada como que el mundo anda loco. Eso sí, cuidadito con dónde y cómo se dicen las cosas. Bastó con recordarlo para que acabara jodiéndose el Perú, como diría Vargas Llosa. Los escasos asistentes se quedaron atónitos con eso de que la droga es divertida y, obviamente, se horrorizaron. Discúlpenme el atrevimiento, pero después de más de treinta añitos metido en esta vaina de las drogas, doy fe de que es lo más inocente que he visto y oído. Apañados vamos si creemos que matando al mensajero prevenimos algo. El consumo de drogas, cuando menos, les aseguro que no descenderá ni un ápice con tanto censor meapilas. Muy al contrario.

Vamos a ver, criaturas, la letra no está tan mal en su contenido. Otra cosa es el bodrio de canción en si misma, pero ese juicio lo dejo a los melómanos. Sinceramente, no veo razón alguna para rasgarse las vestiduras. Ojo, no vayamos a quedarnos en cueros y acabar enseñando colgajos de hipocresía. Reconozco que incluso me agrada la parte de la canción en la que recuerda que la droga «suele ser muy adictiva porque, mientras te envenena, te hace sentir muy viva». Sí, también se cantaba eso, aunque nadie se molestara en advertirlo. O la denuncia de que la droga la «utilizan los de arriba para controlar tu vida». Bien dicho, chaval, que hay mucho malnacido suelto lucrándose con las acciones de la puñetera marihuana, mientras juegan a progres de pacotilla.

No me convencerá el estilo -menos aún el lugar, ni el momento-, pero los mensajes son claros, creíbles y, por supuesto, mejores que el habitual «niño, caca» con el que se evacúa el trámite habitualmente. Claro está que pocos han reparado en ello y se limitan a recordar solo parte del estribillo. Guste o no, si los adolescentes consumen drogas es en buena medida porque las ven como algo divertido. Cuestión de desmontar mitos porque, para demonizar, ya tuvimos bastante con Torquemada y sus secuaces. Y así nos fue.

Aclarado el asunto de la letra, cosa bien distinta es el contexto en el que sucedió tanto derroche de «cultura preventiva». Manda huevos que la actuación se hiciera en un espacio dirigido a los niños, como es la casa alicantina de ese venerable anciano al que llaman Papá Noel. Parece evidente que, si alguien ha metido la pata hasta el corvejón, son los ineptos que decidieron castigar a los pobres infantes con el berreo en cuestión. Entonar un mea culpa o, peor aún, desenterrar la censura, empeora el entuerto. Hubiera sido mejor preocuparse antes por el tipo de show que se pensaba regalar a los más pequeños. Con estas cosas no se juega y las patochadas están de más.

No me tilden de alarmista, pero les recuerdo que en esto de consumir drogas somos campeones. Tristes campeones, por supuesto. Así que habrá que sacar lo bueno de la anécdota y alegrarse de que, aun de manera un tanto histriónica y puntual, parece que el asunto preocupa más de lo que aparentaba. Está claro que el tema asusta, aunque solo nos acordemos cuando truena. Será cuestión de seguir tronando o, aún mejor, de mover el culo y evitar la tormenta. El bendito Maquiavelo ya advertía que vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse. Y en este asunto -como en tantos otros, lamentablemente-, nos hemos instalado en la inmovilidad permitiendo que los resultados sigan yendo a peor.

Vamos a verlo en positivo. Digo yo que, si hay parné para Papás Noeles, cabalgatas y demás monsergas, también quedarán algunas migajas para luchar contra el consumo de drogas. No nos quedemos con el pan y circo para los peques, que para embobarnos con la farándula ya estamos los mayores. Un poquito de interés en la prevención siempre es de agradecer, más aún cuando hace ya un buen tiempo que andamos en pelotas. Cuando a un padre apenas le queda el recurso a decir «hija, no mires», es evidente que algo está fallando. La situación no debería haber ocurrido, pero las familias necesitan más y mejores medios para afrontar este tipo de situaciones. Ese es el resultado esperado de una prevención efectiva, pero no parece ocurrir así. Y si nos asusta el mero hecho de que alguien cuente la realidad, mal vamos.

Por mucho que la Navidad esté a un paso, mejor no soñar con regalos imposibles. Bastaría con dar la cara en los medios para contrarrestar los mensajes que realmente incitan al consumo de drogas. Incluyan, por supuesto, el patrocinio festero que se le permite a la industria alcoholera. Menos llantos y más acción, queridos míos.

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