El ser humano conserva en su memoria ya no solo hechos y personas que han pasado por su vida como secuencias de una película, sino también sonidos y olores que impregnaron sus vivencias. Es consustancial con el oriolano llevar dentro de sí el almibarado sonido de «las gemelas» escondidas en el carrico de la Convocatoria, o las voces de ángeles roncos entonando en las noches de los días previos a la Semana Santa, «El Canto de la Pasión». Por cierto, felicitarnos por su reciente declaración como Bien de Interés Cultural (BIC) Inmaterial por la Generalitat Valenciana. Así mismo, es difícil que los hijos de esta tierra olviden la aroma proveniente de los hornos, que se respira en algunas calles de nuestra ciudad en esta época del año, en que van cayendo las hojas del calendario y agotándose la cera de la Corona de Adviento.

Pero, ahora que se consumen tantos productos navideños fabricados industrialmente, en Orihuela y sus pedanías aún podemos disfrutar de los dulces elaborados artesanalmente. Algo que era generalizado, allá en 1776, en que dentro de la ciudad, según Montesinos, existían 21 hornos, de los que cuatro pertenecían a eclesiásticos individuales, seis a conventos y once a particulares, de los que, entre estos últimos propietarios, el marqués de Rafal poseía uno en la calle Santiago. En concreto, cincuenta y nueve años antes, dicho horno era propiedad de la Condesa de la Cueva que, al parecer pasó a su poder al serle confiscado al citado marqués. Así, el 8 de febrero de 1717 se llevaba a cabo el remate del arrendamiento del mismo a favor de Juan Bautista Fillol, a instancia de Fernando Quiles apoderado de dicha condesa. El proceso para materializar el arrendamiento seguía prácticamente el mismo ceremonial que cualquier otro efectuado en dicha época. Así, ante el notario Joseph Martínez de Rodríguez y encontrándose como testigos Joseph Rivera, oficial de cirujano y los horneros Diego Gil y Luis Juan; se llevaba a cabo el remate para lo cual comparecían el citado apoderado y el interesado en el arrendamiento del horno que estaba situado, como decíamos en la calle y parroquia de Santiago.

Con anterioridad, el pregonero público Juan Bautista Fontana durante más de un mes había pregonado por toda la ciudad el arrendamiento del horno, encontrando que la mejor postura era la de Fillol que la estableció en 3 sueldos y 4 dineros por día durante cuatro años.

El marco para llevar a cabo el remate fue la Plaza Nueva y Rabal de San Agustín, y una vez emplazados todos los interesados; notario, testigos, arrendador y arrendatario, este último solicitó al pregonero que encendiera una «vela de cera parda», y a son de trompeta convocó al pueblo con «altas e inteligibles voces» anunció las condiciones y capítulos con los que se iba a efectuar el arrendamiento, realizando varios apercibimientos, y comprobar si habían otras pujas. Después de ello y consumida la vela, quedó como mejor postor Juan Bautista Fillol, hornero de profesión de Orihuela, y por la cantidad antes indicada. A requerimiento del notario, tanto arrendador como arrendatario se obligaron a cumplir con su persona y bienes los capítulos del arrendamiento. En los cuales se establecía que el mismo sería por cuatro años forzosos iniciándose el día de San Juan de junio, abonándose los pagos semanalmente los sábados. Por otro lado, el arrendador se hacía cargo de los pertrechos existentes en el horno en las condiciones en que se encontrase en esos momentos, los cuales debía de devolverlos en su mismo estado al finalizar el tiempo. Así mismo, el precio estipulado no sería rebajado por ninguna causa imprevista que pudiera suceder, al igual que se hacía en los hornos que arrendaban los cabildos civil y eclesiástico.

De esta forma, el hornero Juan Bautista Fillol se hacía cargo de este horno de pan de la calle Santiago, y presumiblemente a los seis meses de tenerlo en su poder, también elaboraría los dulces navideños de aquella época, envolviendo con el aroma procedente de su pequeña industria las calles de Orihuela en vísperas de la Navidad.