El martes se celebra el Debate sobre el estado de la ciudad en Alicante. Es evidente que acabará hablándose de las lucecitas. A mi me parece bien. Primero como metáfora de la fin del mundo: a Dios rogando y la luz dando. Que cuando Greta aún no había nacido Alperi ya manejaba los catamaranes con apreciable sostenibilidad. Segundo por justicia: ¿o alguien olvidó los aires de perdonavidas del actual concejal de fiestas cuando era sheriff de las Hogueras, arremetiendo contra instituciones a las que ahora adorna con su eficacia? Y tercero, y sobre todo, porque alguien diría que no tenemos otra cosa de la que hablar. No está mal: en el frontispicio de la Enciclopedia las llamas arrinconaban a la oscuridad de la ignorancia. Alicante, por camino sinuoso, ha llegado a la Época de las Luces. A partir de ahí hablamos. De si hay que llevarse la mascletá de Luceros, por ejemplo. Al fin y al cabo el ilustrado Concejal de Fiestas considera que el Nacimiento del Redentor se produjo para marcar el Medio Año de Su Fiesta.

Venga, vamos a hablar en serio. La verdad es que el mayor problema de Alicante es la ausencia de debates, el silencio como medio ambiente, la resignación como forma de indiferencia. No creo que sea consecuencia de falta de voluntad. Creo que es consecuencia de los estragos del tiempo y de la ausencia del actual gobierno por intentar reflexionar con categorías modernizadas. Vivimos aún con el miedo de que Alicante caiga en algún episodio de podredumbre. Siendo cierto que nada indica que pueda repetirse de manera sistémica a medio plazo, los años de plomo dejaron tan aplanada la ciudad que cualquier esbozo de reflexión topa con la incertidumbre, la desidia, el desamor que esos lustros provocaron. Porque diríase que a lo único que Alicante se puso en serio fue a la corrupción. La corrupción y la especulación dotaron de lógica un largo trayecto político y económico, contaminaron muchas conciencias cómplices, arrasaron ilusiones de renovación y arrastraron demasiadas cosas de la convivencia hasta la tercera división. Y sólo propusieron como lenitivo el corto camino de la defensa de «mi barrio», la trivialidad sobre las cosas comunes y la folklorización de una identidad a malas penas leída en términos de nostalgia.

Y justificaron la pasividad de muchos aguerridos críticos de mesa redonda poco dados a meterse en política, que se decía antes. Es verdad que se levantaron algunos que al final vencieron en lo principal, para vergüenza de los partidos del bipartidismo. Pero nunca pudieron acumular suficientes fuerzas como para dibujar un esquema alternativo distinto. El tripartito bebió de esas contradicciones y en vez de enfrentarlas quiso rodearlas. Pasó lo que pasó. Barcala intuye que lo mejor que puede hacer es no hacer nada. Para pasar a la Historia como han pasado los anteriores alcaldes mejor limitarse a ser nota a pie de página. Pero a la afirmación negativa de que la especulación corrupta ya no habita entre nosotros, hay que enfrentar una lista de hazañas por venir que no pueden limitarse al picoteo de críticas y contracríticas.

Gracias a Ximo Puig, que es un político muy prometedor, Alicante va a concentrar el mayor número de proyectos venturosos sobre nuevas tecnologías que existe en el planeta. De hecho, creo que está a punto de anunciar la creación del Centro Mundial «Fray Cizaña» de Investigación sobre Promesas en el Libro Guinnes. Pero, en fin, a lo mejor acaban por coordinarse y hacerse carne entre nosotros. La ciudad ha asumido que, de manera gratuita, le ha llovido el cielo un caudal de inteligencia y novedad que a ver qué hacemos con él. Porque lo malo es que pensemos de la digitalización lo mismo que de la fiebre constructora: que todo vale si vale lo que nos dicen que valdrá. La ocasión es buena, pero Alicante debe pertrecharse para que buena parte de las rentas de la economía del conocimiento se queden aquí y no se evaporen en titulares y fotos. Y sólo hay una manera: exigiendo una alianza entre los poderes locales y los autonómicos y con los intereses económicos legítimos que sea menester. El capitalismo cognitivo es muy suyo. Sus manos son más invisibles que cualquier otra mano. Pero eso sólo se logrará con menos prisas partidistas y con mucha más transparencia y planificación cooperativa. Alicante necesita que esta apertura en su espacio/tiempo sea sostenible, que le ayude a modificar su algoritmo vital. Y contribuya a que el concepto de «ciudad inteligente» vire al de promover una «ciudadanía inteligente». Si Alicante vuelve a abandonar su destino a las quimeras volveremos a quedarnos aquí, ayunos de futuro. No es «lo que vengan a hacer», sino lo que seamos capaces de hacer para que vengan, para que se queden, para que nos enseñen, para enseñar.

¿Puede eso hacerse en una ciudad tan dual como la que tenemos, tan atravesada de exclusiones? ¿Puede una ciudad en la que la desigualdad crece aportar el soporte vital básico a estas nuevas cumbres de promesas? ¿Pueden abordarse las cuestiones relacionadas con la pobreza y la precariedad desde una perspectiva que no sea transversal, condenándola al patio trasero de la tecnología? En un clima social dado al deterioro no florece la creatividad. La ciudad a la que lleguen finlandeses, gracias a un magnífico aeropuerto, no será en la que permanezcan si su escenario es el de la suciedad, la degradación, con un puerto que se niega a ser el gran espejo de la ciudad bonita. No será en la ciudad deslavazada e ilegible, la de la ausencia de un panorama cultural consistente, la de la falta de puesta en valor del patrimonio histórico y paisajístico, el de la lejanía -¡aún!- de la Universidad, la de la ausencia del habito de funcionar en red. ¿Cómo es posible que no exista un conglomerado de reflexión/acción entre EUIPO, Casa Mediterráneo, UA e instituciones? ¿Cómo es posible que los mayores partidos se sigan negando a abrir un ciclo de coalición global con Elx? ¿Cómo es que no se propone una alianza ciudadana para combatir el cambio climático en lo que nos toque?

De esto se trata si hay que debatir de la ciudad: de cómo llenar el hueco. De planificación y de alianzas. De abrir los ojos y los libros y las pantallas a nuevas experiencias. Las hay a miles, extrapolables perfectamente a Alicante. No se trata de ser pesimistas. Para eso ya tuvimos tiempo. El tiempo de ahora es otro. La cuestión es quién quiere mirar el reloj sin dejarse atrapar por los señuelos de las promesas y el incorregible vicio de tener prisa para poder ir muy lento. Estaremos atentos esta semana. Y, si no, siempre nos puede tocar la lotería: llevamos mucho tiempo jugando los mismos números. Lástima que ya no seamos la Casa de la Primavera. La Primavera no existe y la Ciudad de la Luz acabó siendo la Ciudad de las Lucecitas. Adeste fideles.