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Europa a través del espejo

Tras la década de Lisboa

Tras haber recibido un amplio respaldo en el Parlamento Europeo en su pleno del mes de noviembre, la nueva Comisión Europea inició su andadura quinquenal el 1 de diciembre de 2019. Así, se ha constituido en Europa una mayoría parlamentaria pro-europea formada por democristianos, liberales, y socialdemócratas, que tendrá por cometido dar forma a las prioridades políticas enunciadas por la presidenta Von der Leyen durante su elección en el mes de julio.

Se trata de un programa de gobierno (europeo) muy progresista, lo que ha permitido que el Grupo de los Socialistas y Demócratas en el Parlamento Europeo, al que pertenezco, votara a favor de la candidata del Partido Popular Europeo. Cabe destacar, entre los compromisos adquiridos para su investidura, el objetivo de una economía neutra en carbono en 2050 mediante un Green Deal europeo de inversiones verdes, la aprobación de una norma europea contra la violencia de género, un sistema europeo de salarios mínimos y de seguro de desempleo, una política comunitaria de inmigración y asilo, el relanzamiento de la Europa de la defensa, el refuerzo de la Unión como actor global, y la convocatoria de una Conferencia sobre el Futuro de Europa, incluyendo la introducción de una circunscripción electoral paneuropea, y en su caso, la necesaria reforma de los Tratados. Algunas de estas propuestas figuraban en el manifiesto del Partido de los Socialistas Europeos, pero en realidad son ideas que se encontraban incluidas en tu totalidad en el programa del PSOE para las elecciones europeas del 26 de mayo.

Así, la influencia de los socialistas españoles en Bruselas queda reflejada por el peso de sus representantes. Pedro Sánchez en primer lugar, como parte del trío de líderes del Consejo Europeo junto a Merkel y Macron, y responsable del partido socialdemócrata más fuerte de la Unión, junto al portugués Costa, Josep Borrell como Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad, y Vicepresidente de la Comisión Europea, e Iratxe García Pérez como presidenta del grupo parlamentario socialista en el Parlamento Europeo. Pero esta influencia también se mide por el peso programático alcanzado en la hoja de ruta de la nueva Comisión Europea, pues el núcleo de la misma está constituido por las ideas fuerza para Europa del PSOE.

Más allá de estas consideraciones sobre el papel que está desempeñando el socialismo español en Bruselas, el nuevo ciclo político europeo ha arrancado con viento favorable, ya que frente a algunos pronósticos poco informados, pero muy difundidos, el Parlamento Europeo no ha sido tomado al asalto por las fuerzas nacional-populistas. Al contrario, este conjunto de movimientos no han logrado más del 23 por ciento de los escaños, y eso sumando un mosaico heterogéneo y profundamente dividido de eurófobos, euroescépticos, o partidos inclasificables como 5 Estrellas. Existe en la cámara una sólida mayoría pro-europea que supera los dos tercios de la misma, resultado de unas elecciones donde por primera vez desde 1979 ha aumentado la participación, particularmente entre los jóvenes. Además, de acuerdo con las encuestas periódicas del Eurobarómetro, el apoyo popular a la Unión y al euro está en su nivel más alto desde 2002.

Ahora bien, sería un error caer en la complacencia. Los retos a los que debe hacer frente Europa son enormes. Hace tan solo diez años, el 1 de diciembre de 2009, entraba en vigor el Tratado de Lisboa, producto de los trabajos de la Convención y del proyecto de Constitución Europea. Este texto ampliaba las políticas comunitarias y establecía con carácter general un sistema de co-decisión entre el Parlamento Europeo y el Consejo de la Unión Europea (donde se sientan los ministros, según la materia, de los estados miembros). Supuso sin duda un gran avance, pero ha resultado ser insuficiente. El mundo ha cambiado radicalmente en esta década, en la que se ha recrudecido la competencia geopolítica y tecnológica en detrimento del sistema multilateral de gobernanza mundial que encarnan las Naciones Unidas.

El 2009 fue el año de la crisis financiera y económica, pero todavía no se había producido la crisis del euro, ni los programas de rescate a países como Grecia o Irlanda, ni se habían sentido en toda su intensidad las consecuencias sociales de la Gran Recesión. El presidente Obama se encontraba en el primer año de su primer mandato, tratando de superar la crisis con un programa inclusivo y progresista. Tampoco se intuía en el horizonte la elección de un presidente como Trump en los Estados Unidos, con su cuestionamiento de la relación transatlántica, ni un referendo sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Rusia había tenido en agosto de 2008 un conflicto fronterizo con Georgia, provocado más bien por Tiblisi, pero no había procedido a anexionarse Crimea ni invadir Ucrania oriental. Tampoco había estallado la primavera árabe, lo que supondría la desintegración de Libia y la guerra civil en Siria, con los consiguientes flujos de refugiados a Europa, cuya gestión dividió a los Estados miembros de una manera más agresiva si cabe que las polémicas sobre el apuntalamiento del euro. Entretanto, China ha pasado de ser una potencia comercial a un actor geopolítico, y se ha agravado la crisis climática, aumentando considerablemente la conciencia social sobre este desafío.

En definitiva, ante este mundo de potencias continentales que buscan afirmarse más allá de la cooperación multilateral y las normas del Derecho Internacional, Europa, que representa con sus 500 millones de habitantes el 7 por ciento de la población mundial, debe unirse más para ser más fuerte, para así poder defender sus valores e intereses. Esto requiere una puesta en común de políticas en ámbitos como la investigación, la robotización, la digitalización, la fiscalidad, la energía y la transición ecológica, la migración o el pilar social. También necesita una toma de decisiones más ágil y democrática, abandonando completamente la regla de la unanimidad en el Consejo y ampliando el papel del Parlamento Europeo en materias como la definición de los recursos propios de la Unión, la armonización tributaria, o el presupuesto multianual. Es decir, Europa deberá convertirse en los próximos años en una unión política plenamente federal si quiere sobrevivir en el nuevo equilibrio de poder mundial y contribuir a forjar un orden internacional pacífico y justo.

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