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La Constitución suma y sigue

En la gran mayoría de países se celebran con naturalidad los hitos históricos que han contribuido a crear el perfil de una sociedad. El olvido sería tan desastroso como la tergiversación, especialmente si lo que se trata es celebrar la conquista colectiva de la libertad y la instauración de la democracia. Por esta razón, desde hace cuarenta y un años, recordamos la importancia clave que para todos los españoles tiene el día 6 de Diciembre o Día de la Constitución. Sin embargo, hoy no podemos ocultar que estamos viviendo un tiempo en el que se pone en entredicho tanto los valores constitucionales como el propio acuerdo constitucional.

Es la segunda vez, la anterior se produjo hace veinte años. Entonces sufrimos un episodio de ataque a la Constitución en su condición de piedra angular de nuestro Estado de derecho y fundamento de nuestro sistema democrático. Poco antes de entrar en el año 2000, y a lo largo de dos años, varios Partidos Políticos deformaron el legado constitucional, sosteniendo que durante el denominado proceso de Transición política se había provocado, interesadamente y bajo amenazas veladas de "ruido de sables", una situación de amnesia colectiva sobre la guerra civil entre españoles, lo que había impedido una verdadera reparación de uno de los bandos en contienda. Gracias a esa pérdida deliberada de memoria y a la imaginaria tutela, se habrían suscrito los acuerdos constitucionales, según los autores de estas teorías conspirativas, y se habría sustentado la propia Transición política. El argumentario no solo servía para justificar la necesidad de construir una nueva "memoria histórica" de aquélla guerra incivil y sus consecuencias, sino que intentaba torpedear la línea de flotación de un gran acto de valentía de los españoles y de sus dirigentes, fruto del consenso, de la superación de posiciones encontradas, de la búsqueda de soluciones conjuntas, exponente de tolerancia y de capacidad real para el diálogo que, hoy como ayer, constituyeron el fundamento para la creación de nuestra convivencia democrática.

Aquéllas teorías, olvidaban a propósito que, por primera vez, desde el nacimiento de nuestra historia constitucional, es decir en los últimos doscientos años, se elaboraba una Constitución de todos y para todos frente a nuestra costumbre suicida de hacer Constituciones de la mitad de España contra la otra mitad, lo que se traducía consecuentemente en periodos de guerra civil o de dictadura. Y también querían ignorar que la clave de esta concordia radicaba en una necesaria y permanente actitud de pacto y renuncia que junto al respeto y la tolerancia mutua venían a satisfacer nuestra ansia de libertad y democracia, conscientes de que pactar y respetar al contrario conforman los únicos métodos válidos para crear las condiciones donde una sociedad se desarrolle en convivencia pacífica, sin perjuicio de las diferencias normales en las políticas que cada gobierno pueda impulsar.

De nuevo, revivimos actitudes políticas que pretenden la deslegitimación de nuestra Constitución y de los valores constitucionales, hoy desde la actitud desleal al resto de españoles por parte de algunos partidos nacionalistas que junto a partidos populistas pretenden arrancarnos nuestro legítimo derecho a ser ciudadanos libres e iguales, intentando imponer una convivencia fragmentada y basada en la confrontación entre españoles.

Existe un elemento común en los ataques a nuestra Constitución, y no es otro que el empeño suicida y miserable de reconstruir las dos Españas con el propósito de dividir a la sociedad española y enfrentar las posibilidades electorales desde la posición de bloques antagónicos, esperando sacar provecho del voto de rechazo, al contrario. Por supuesto que las jóvenes generaciones tienen derecho a diseñar sus propios proyectos políticos, ahora sin el peso del recuerdo inminente de una guerra entre españoles y, probablemente, sin la pasión por la libertad que se vivió durante el periodo de transición política, pero no es menos cierto que estas nuevas construcciones políticas han de convivir con otras generaciones anteriores y no hay otro modo que la acumulación sobre unos idénticos valores constitucionales.

Así se irá creando un acervo constitucional común de los españoles y válido para todos, distinto a la destrucción o el adanismo que sermonean desde los supremacistas a los populistas, con el ánimo de que, tras la creación de la Carta Magna que fundamenta nuestra democracia, ahora se trata de establecer normas para vivir en ella, que sirvan a todos los españoles y no a una parte en contra de otra. Por ello, cualquier reforma constitucional o de las políticas estructurales de España, solo puede tener como objetivos: que sean útiles a la sociedad española, que generen más libertad y más democracia y que se hagan desde el acuerdo para que todos nos veamos reflejados en esas mejoras democráticas. Porque sin libertad, sin igualdad y sin acuerdos no puede sobrevivir la democracia, lo que significa que la transición política española nunca terminará, es permanente, la anterior de los años setenta del siglo pasado sirvió para la creación de la democracia y la de hoy ha de servir para saber convivir en ella.

Es muy adecuado traer a colación la reflexión de Adolfo Suárez cuando le preguntaban sobre el desencanto democrático y manifestaba que "el sistema de derechos y libertades que perfila la Constitución es el obligado punto de Referencia para modernización de nuestro país, para la consecución de una sociedad libre de viejas ataduras y de los privilegios y desigualdades que han caracterizado la estructura social española. Creo que la profundidad, la serenidad y el rigor con que se ha realizado en España el cambio político constituye suficiente garantía para que podamos efectuar la modernización de la sociedad española sin convulsiones ni sobresaltos".

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