Corría 1968, un año convulso de nuestra historia. Aires de cambio con la primavera de Praga, aires revolucionarios con el Mayo del 68 parisino, aires reivindicativos del «black power» en la Olimpiada de Méjico, aires de superación en la medicina con los trasplantes de corazón del doctor Barnard, y aires de tristeza y furia con los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy. En España, inmersa en el inicio del tardofranquismo que afrontaba su apertura social y económica, se concedía la independencia a Guinea, se daban a conocer en la tele de blanco y negro y en el NODO a Gabino, el primer millonario de las quinielas, al alcalde de Belmez, concursante de pro, y en la música, un debutante y joven Julio Iglesias ganaba el Festival de Benidorm con La vida sigue igual.

El Hércules del 68 no pasaba una de sus mejores épocas, acabó penúltimo en el grupo sur de segunda, y bajó a Tercera División, entonces no existía la Segunda B. Pero en ningún caso tan lamentable como la que hoy en día sufre la institución alicantina. Dos años en Tercera siendo campeones de grupo con poderío en los terrenos de juego y en la tabla clasificatoria, y de nuevo a la categoría de plata. Poco después, tras Tomás Tarruella, vino la época dorada con José Rico Pérez. En esos tiempos la vida no seguía igual en el club herculano, se luchaba, se tomaban decisiones, una veces se erraba otras se acertaba tanto en los despachos como en los terrenos de juego, pero se ponía todo el empeño en hacer las cosas bien, en al menos no perjudicar ni la imagen ni la historia del club, el Hércules ante todo.

Hoy podemos afirmar que en el Hércules la vida sigue igual. Llega de nuevo Juan Carlos Ramírez, el de las «santiaguinas», el otro del puro, el que aguanta a presidentes interpuestos y directores deportivos que dilapidan su bolsillo. No es otro de quita y pon, como lo fue consintiendo hasta el hartazgo que le hizo huir Quique Hernández, otro de sus discrepantes junto al yerno. El vasco que aterrizó tras su deslucido paso por Elche, al menos parece que se juega su inversión en enero. Pero ni él puede evitar que se nombren presidentes como si el cargo tocara en boletos de una tómbola amañada por el de siempre, el que nunca se va, el que quita y pone, el responsable de todo y todos, el que nunca dará la cara, el que nunca asumirá responsabilidades, el que hace que la vida siga igual de ominosa. Marionetas en su cuerda que ahora ha de tensar, sacrificando a la familia, «zhass» en toda la boca de Javier Portillo, como otrora hiciera con su «amigo» Hernández.

Tras la previsible derrota contra los filiales pericos, Ramírez ha decidido fichar a Vicente Mir, el cuarto entrenador antes de Navidades. Tiene en su debe más fracasos, descenso con Ilicitano, contribución con despido al descenso del Alcoyano el pasado año, y despido con el Murcia, más la frustración de la raquítica promoción que se llevó el Cádiz, que éxitos, el ascenso con el Elche (aunque fue despedido a mitad de curso), mire usted por dónde. La verdad es que da igual quien ocupe el banquillo. Como dice la canción, al final las obras quedan las gentes se van, otros que vienen las continuarán, pero que no les engañen, en el Hércules cambian las personas para que no cambie nada. La vida sigue igual pero para mal, y van 20 años aguantando el chaparrón.