Cada vez que Greta Thunberg da un paso se cuida mucho de no ir dejando huellas de carbono que la delaten. No como Alejandro Sanz, que acudió a la Cumbre del Clima de Madrid a pedir que la ciudadanía se sacrificase por el cambio climático, y la ciudadanía, a través de las redes sociales, le respondió con un vídeo de revés donde aparece aireándose en una fueraborda, quemando gasoil sin piedad. Greta no usa medios de transporte contaminantes, pero va a tener que dejarlo todo atado y bien atado cuando emprenda su último viaje y llegue la postrera emisión de CO2: cuando la palme, digo. Aún tiene 16 años, pero como estas cosas pasan habrá de saber que si se incinera las emisiones a la atmósfera serán tantas como un viaje en coche de 800 kilómetros. Para morirse, Greta. A raíz de la Cumbre de Madrid, el divulgador científico Antonio Martínez Ron acaba de recuperar para su blog «Fogonazos» el vídeo de una charla TED de Caitlin Doughty, estadounidense y empresaria del sector funerario, cuya cierta fama se debe a la teoría que predica: que nos estamos muriendo por encima de nuestras posibilidades ecológicas. Caitlin Doughty viene a ser una especie de «Greta post mortem». Denuncia que el tratamiento que la industria funeraria ofrece para nuestros cadáveres no hace más que seguir contaminando la Tierra. La incineración contamina y lo mismo, añade Doughty, ocurre con los productos químicos utilizados para embalsamarnos y fabricar cadáveres exquisitos. Por no hablar del gasto en madera para ataúdes, cemento y acero para nichos, panteones y mausoleos varios... Por ello, como animales que somos, Doughty propone que dejemos que la tierra nos sea leve, como decían los romanos en sus estelas funerarias. ¿Y cómo sería ese «método más ecológico» de morir? Pues el que está experimentando Katrina Spade en la Western Carolina University. Allí regenta una «instalación de descomposición humana» abastecida por cuerpos donados a la ciencia. Estudia cómo se va deshaciendo la «carcasa» humana para tratar de homologar un método para el «compostaje de muertos». Para que no parezca lo que es, lo llaman «Recomposición». Es decir, un retorno a la Tierra, de donde provenimos. Su método garantiza que en un plazo de entre cuatro y seis semanas quedamos listos para que nos echen como fertilizante en la huerta o en un árbol. A propósito, Doughty advierte contra los que esparcen los restos de su familiar o amigo incinerado en torno a un árbol: «Las cenizas que quedan, fragmentos óseos inorgánicos, forman una capa gruesa y calcárea que a menos que se distribuya por el suelo de manera adecuada puede dañar o matar al árbol». Doughty hace una propuesta alternativa para ubicar ese compost humano: reemplazar los actuales cementerios -que consumen mucho suelo en una Tierra ya atestada- por lo que llama «entierros de conservación». Es decir, espacios naturales que serían abonados con el compost humano. «La belleza de esto es que una vez que uno pone cadáveres en esa tierra no puede tocarse, no se puede construir ahí». Y sin lápidas. «Las tumbas están dispersas por la propiedad bajo montículos elegantes». Serían lugares «para la práctica espiritual, para clases y eventos, lugares donde confluyen el duelo y la naturaleza». Doughty admite que palmarla tan ecológicamente no frenará el cambio climático, pero facilitará que nos sintamos «ciudadanos de este planeta».