No hay épica sin una buena dosis de mitología. Lo sabía George R. R. Martin, lo supo Tolkien y lo saben ustedes. Lo saben hasta los masáis de Tanzania, como diría el ya desaparecido Jose Luis Pérez de Arteaga si estuviera narrando el Concierto de Año Nuevo de Viena y fueran a interpretar el Danubio azul. Y hace dos mil años, el primer emperador romano, Augusto, pensó que nada mejor para engrandecer la historia de Roma que un origen mitológico. Una suerte de «de Madrid al cielo» pero a la inversa. Los romanos no podemos sino ser descendientes de los grandes héroes de historias épicas y mitológicas, al modo griego, y punto. Sin complejos. Aquí paz (augusta) y después gloria. Y así mandó escribirlo a un colega suyo que más tarde se convertiría en el más grande de los poetas romanos: Virgilio, un crack de la época que se lo tomó en serio y dedicó toda una década a componer diez mil versos en doce libros para mayor gloria del imperio. El único hombre cuya pluma sería capaz de tornar las tierras del Lacio a orillas del Tíber en la zona elegida por los dioses para continuar la epopeya iniciada por Homero en la guerra de Troya. Donde los griegos decían Ulises, los romanos tenían a Eneas. Casi na. Así era la publicidad del siglo I a.C., amigos. La Eneida, se titulaba.

Y además de dejarnos grandes historias de viajes, guerras, amoríos con reinas de Cartago, apariciones en sueños, traiciones bajo los designios divinos y descensos al inframundo, salpicados de griegos, troyanos, cartagineses, tracios y demás familia, Virgilio nos regala una consigna que puede cambiar el destino de este equipo de baloncesto nuestro con nombre latino. Audentes fortuna iuvat. La suerte sonríe a los valientes. Después de tres derrotas consecutivas, el Lucentum necesitará tirar de épica para traer el triunfo de Norba Caesarina, la Cáceres que le saca cinco puestos en la clasificación de la LEB Oro al acumular dos victorias más. Ojalá esta noche, tras el partido, nuestro equipo pueda hacer suyas las famosas palabras de Julio César, tío abuelo de Augusto, tan repetidas como mal citadas: Veni, vidi, vici (y no vinci), que coronaron su victoria en la batalla de Zela. Llegar, ver y vencer es el plan.

Así que, huestes lucentinas comandadas por Pedro Rivero, salgan hoy a la batalla como si de un canto de la Eneida se tratara, sin escatimar una gota de esfuerzo y de sangre. Nos jugamos mucho, pero nuestra audacia tiene la bendición de los dioses. La suerte sonríe a los valientes. Alea iacta est.