Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Llopis

La crema de la intelectualidad

En estos precisos momentos, si quieres triunfar como intelectual rebelde y rompedor sólo tienes que hacer dos cosas: poner a caer de un burro la película El irlandés y escribir un par de artículos periodísticos diciendo que Rosalía es un bluff, una macarra hortera inventada por las multinacionales para hacer caja. El hecho de que los más destacados críticos cinematográficos y musicales del mundo hayan señalado a la película de Scorsese como una irreprochable obra maestra y a la cantante catalana como un potente fenómeno de innovación de la escena pop internacional no parece tener ninguna influencia sobre este selecto grupo de personajes, que han decidido por su cuenta y riesgo que ellos son más listos que nadie y que el resto de la Humanidad está compuesto por una pandilla de tontos del haba.

¿Qué quiénes son estos tipos empeñados en amargarnos cualquier fiesta o disfrute más o menos cultural? Pues, son los mismos enterados de siempre: los que aprovechan cualquier tribuna pública para afirmar pomposamente que The Beatles es un grupo sobrevalorado, que John Ford era un director de cine fascista porque en sus películas el Séptimo de Caballería mataba indios a centenares, que Bob Dylan tiene una voz horrible y que sus canciones no se reconocen en los recitales, que Vargas Llosa es un escritor acabado a causa de su preocupante tendencia a codearse con los más siniestros prebostes de la derecha o que Josep Pla era un cateto con boina que escribía unas crónicas insoportables de comilonas y de excursiones por el Ampurdán con sus amigotes.

En ese puñetero país, cargarse ídolos y desmitificar figuras incontestables es una práctica laboral que sale muy a cuenta. Cualquier indocumentado con un poco de cara dura puede entrar en el olimpo cultural a base de descalificar con cuatro comentarios frívolos obras sólidas y bien trabajadas, que les han costado a sus autores años y años de esfuerzos. En medio de un panorama periodístico que busca desesperadamente el impacto de la polémica y de la discusión superficial, estos kamikazes de la opinión se han convertido en disputados fichajes de los que se obtendrá un rendimiento seguro. La clave del éxito de estos cenizos profesionales es sencilla: ver por dónde soplan los vientos respecto a un determinado acontecimiento o personaje y tomar por sistema la dirección contraria. Se trata de distinguirse del resto de la gente, aunque para ello sea necesario acumular atrocidades y despropósitos sin ningún sentido.

Hay que subrayar otro dato importante: estos visionarios de la cultura han encontrado en internet un ecosistema perfecto para aumentar su notoriedad y para lanzar al aire sus desvaríos. En el mundo de las redes sociales cotizan al alza los tíos cabreados y los profetas avinagrados, que disparan contra todo lo que destaca, ejerciendo un permanente leña al mono que les asegura unos cuantos miles de likes. Está demostrado que las críticas positivas y los análisis minuciosos aburren hasta las ostras en unos foros convertidos en una continuada pelea gritona de barra de bar y en los que se ha dado ya por imposible cualquier tentativa de abrir debates serios y reflexivos.

Aunque estos intelectuales cañeros se presenten disfrazados bajo el manto de la modernidad, por detrás de ellos asoma las orejas el tufo de uno de los más arcaicos vicios nacionales: la envidia del triunfo ajeno, el odio sistemático hacia la excelencia y el rechazo hacia cualquier conciudadano que recoja los merecidos frutos de un trabajo bien hecho. En el fondo de este discurso mediocre y apolillado está ese sentimiento primario e irrefrenable que nos conduce a sospechar de cualquier persona a la que las cosas le van bien y a pensar que alguna cosa turbia habrá hecho para tener éxito en la vida.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats