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El futuro y la infancia

La creciente utilización de los niños para excitar la sentimentalidad de los ciudadanos

La presencia de niños en cualquier ámbito de la actividad humana suele enternecer a la audiencia adulta. Y nada nos parece más abominable que una conducta violenta contra la infancia. Jesucristo, que era de manga ancha a la hora de perdonar los pecados, pidió para cualesquiera que escandalizase a los niños que le atasen al cuello una pesada piedra de molino y luego lo arrojasen al mar. Por eso mismo, sorprende que centenares de sacerdotes seguidores de la Iglesia que él fundó hayan sido encontrados culpables del nefando delito de pederastia. Un delito del que fueron víctimas muchos de los jóvenes cuya educación les había sido encomendada por unos padres confiados en la rectitud moral de esos enseñantes. El escándalo ha tenido una extensión planetaria, pero en ninguna parte se ha sabido que alguno de los implicados y sus cómplices hayan seguido el mandato del fundador y acabasen por tirarse al mar con una piedra de molino al cuello. Todo el daño hecho se intentó reparar con indemnizaciones millonarias. Pero no es propósito del que esto firma centrar la atención del lector en el distinto tratamiento legal de la protección de la infancia. Sí me parece territorio más fértil para la polémica fijar la mirada en la creciente utilización de la infancia para excitar la sentimentalidad de la gente, sin que ello sirva de acicate para poner remedio a la injusticia. Últimamente, se han prodigado en los medios imágenes de niños ahogados en la siniestra travesía del Mediterráneo en frágiles lanchas. Y la más impactante de todas fue la de un niño sirio de unos dos años de edad que apareció flotando en la orilla boca abajo. La fotografía impresionó especialmente y agudos analistas interpretaron que la pena de la audiencia tenía, en parte, su causa en la ropa que vestía el niño, muy parecida -sino igual- a la que llevan nuestros niños en las guarderías. (No se trataba pues de un desarrapado aborigen africano sino de alguien con un cierto nivel de educación y cultura al modo occidental. Quizás el hijo o el nieto de un vecino). Pero los casos de utilización mediática de la infancia también son otros y distintos a este. Ahí tuvimos al bebé de doña Carolina Bescansa yendo de mano en mano durante una sesión inaugural en el Congreso para reivindicar el derecho a la lactancia en horas de trabajo. Y, más recientemente, ahí tenemos el de la ya archifamosa adolescente sueca Greta Thunberg recabando la colaboración de toda la humanidad para contener el cambio climático. Si los niños tienen que indicarnos el rumbo vital a los mayores tenemos un problema peliagudo de resolver.

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