Recuerdo hace años, viajando por las carreteras de Uruguay, un inmenso cartel destinado a los conductores que decía: No corras. El cielo puede esperar. Estos días de grave alerta sobre el cambio climático se podría haber puesto en Madrid y en todas las ciudades del mundo un cartel semejante sobre el clima, pero diciendo lo contrario: Corre. El cielo no puede esperar.

La cuestión que me planteo es si hemos entendido realmente, y en toda su extensión, la urgencia de la crisis climática y su demoledor efecto sobre los derechos humanos. Aceptamos como verdad indiscutible que una de las facultades propias del ser humano es su capacidad de prever la realidad y de prevenir los acontecimientos futuros. Sin embargo, preparando el mes pasado unas jornadas sobre Mujeres en la Primera Guerra Mundial acabé poniendo en duda esa verdad establecida sobre nuestras capacidades previsoras. Cuando el 28 de junio de 1914 asesinaron al archiduque de Austria Francisco Fernando y a su esposa Sofía Chotek, en Europa reinaba la paz. Treinta y siete días después, el continente estaba inmerso en una terrible guerra. Los líderes europeos fueron incapaces de prever la magnitud de la catástrofe que se iba a desencadenar e incluso alguno, bienintencionado, afirmaba que sería «una guerra para acabar con todas las guerras». Lo que ocurrió, sin embargo, es que metieron a Europa y al mundo en un conflicto largo, brutal y sangriento. Hubo 16 millones de muertos, 20 millones de heridos y 6 millones de hombres quedaron lisiados para siempre. Todos los historiadores que pude leer esos días concluían, casi literalmente, que la guerra produjo un profundo cambio de época y que el mundo existente en 1914 quedó desgarrado para siempre.

Solo veinte años después, en septiembre de 1939, comenzaba la Segunda Guerra Mundial, considerada por los historiadores como una triste y dramática continuación de la Primera. Y de nuevo surge la duda sobre nuestra capacidad de prever la realidad usando, al menos, la dolorosa experiencia de la guerra anterior para evitar la siguiente. Las durísimas condiciones impuestas por la paz de la Gran Guerra y la crisis económica del 29 generaron un mundo más pobre, más desigual, menos protegido y menos democrático, que se precipitaba sin duda hacia un gravísimo conflicto. Y nos parece increíble que muchos intelectuales y líderes de la época fuesen incapaces de entender el momento que estaban viviendo para hacer un pronóstico social y político que evitase la locura que les acechaba.

De aquellos años desoladores hubo, a pesar de todo, una consecuencia positiva. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, el 24 de octubre de 1945, fuimos capaces de crear la ONU; un foro mundial dedicado a mantener la paz y la seguridad internacionales, suministrar ayuda humanitaria, promover un desarrollo sostenible y defender el derecho internacional, teniendo siempre como norma la defensa de los derechos humanos. Y esto es lo que hoy celebramos: la Declaración Universal de Derechos Humanos que fue aprobada por la ONU el 10 de diciembre de 1948.

Una declaración que señala el ideal común de todos los pueblos y naciones y que establece un contexto normativo internacional del que nunca deberíamos salir para solucionar nuestros problemas comunes. Como dice el socialista António Guterres, Secretario General de la ONU: «Durante 70 años, la Declaración Universal de Derechos Humanos ha sido la luz que guía al mundo, la antorcha de la dignidad, la igualdad y el bienestar, un rayo de esperanza en medio de la oscuridad».

Ahora, iniciados el siglo XXI y el tercer milenio, la humanidad se enfrenta a desafíos globales que han iniciado el camino de no retorno, si no aceleramos para poner remedio. Sabemos, sin duda, que el cielo ya no puede esperar y que la crisis climática no es sólo una crisis de la Tierra, es también una crisis de derechos humanos, porque el cambio climático afecta a las economías de todas las naciones, a las instituciones de todos los Estados y, como nos gritan los jóvenes, a la vida de todo el planeta.

Esta vez sí que hemos sido capaces de prever la realidad. Tenemos incuestionables diagnósticos de la ciencia, un foro mundial para dialogar y derechos humanos universales que deben ser siempre respetados. Ahora, debemos ser capaces de prevenir impulsando la acción política de los gobiernos, el desarrollo sostenible de las empresas y la acción ética de cada uno de nosotros. La ignorancia de los negacionistas no debe paralizarnos, ni hacernos mirar hacia otro lado. En épocas de guerra no hay nada mejor que la paz, pero en épocas de paz no hay nada peor que la indiferencia. Y ese sería actualmente nuestro peor enemigo, la indiferencia ante los derechos humanos y ante la salud de nuestro planeta.