iguieron la caída de los regímenes comunistas de Europa Oriental, especialmente los más próximos a la Unión Europea. También la transformación de la Unión Soviética en Rusia, bajo la dirección de Mijail Gorbachov; este fue con Reagan el artífice de los tratados para la limitación de misiles de alcance medio (INF) en 1988. Los acuerdos liberaban a Europa tanto de ser rehén de la URSS, como de necesitar inapelablemente la protección norteamericana. En esas circunstancias la OTAN difícilmente podía mantener a la antigua URSS -ahora Rusia- como la amenaza principal. Tenía que definir su nueva doctrina estratégica, como dicen los estudiosos internacionales, lo que viene a ser lo mismo que preguntarse ¿está el enemigo?

Tras el ataque a las Torres Gemelas, la estrategia de la OTAN se redirigió contra el terrorismo internacional, su campo de acción se hizo global, se extendió más allá del Atlántico Norte y los países costeros. La primera actuación conjunta fue el ataque primero a Irak; la pacificación de la antigua Yugoslavia con Clinton; y luego, con el segundo presidente Bush la invasión de Irak. Seguiría la persecución a Al Qaeda por las actuaciones terroristas en Europa, África y América y que culminó con la muerte de Bin Laden y la caída del Estado Islámico. La implosión de la URSS en 1990 supuso un acercamiento de todos los países de Europa oriental a la OTAN y a la Unión Europea, hasta la llegada de Putin al poder a principio del siglo XXI.

Esta semana se han reunido en Londres los jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN para intentar ponerse de acuerdo en quién es el enemigo. Para Enmanuel Macron, presidente de Francia, la OTAN está en «muerte cerebral», como habría dicho el general Degaulle cuando abandonó la estructura militar. Su principal valedor, los Estados Unidos, tienen sus propios objetivos, o ni siquiera eso. El problema de fondo es que no hay ni objetivos ni estrategia claramente definidos. Además, Trump primero decide y luego lo comunica como ha hecho en Siria, Libia, Yemen, Somalia, Israel o con el tratado nuclear con Irán. Eso sí, exige a sus aliados que deben contribuir a financiar sus decisiones unilaterales.

«El mundo ha entrado en lo que hasta hoy al menos podría describirse como una época post estadounidense», son palabras que recoge el Instituto Español de Estudios Estratégicos del Ministerio de Defensa en su anuario de 2018. «En el primer año de la administración del presidente Donald Trump, los Estados Unidos renunciaron al liderazgo en muchas cuestiones globales, el comercio, al cambio climático, dejando el orden internacional y buena parte de la economía mundial en el limbo», son palabras del Project Syndicate, un consorcio mundial de editores de artículos. Cuando parecía que teníamos el enemigo en el terrorismo «los Estados Unidos han dejado de ser el principal mantenedor del orden para convertirse en su principal disruptor-alterador». Esto último lo señala nada menos que el presidente del Council on Foreign Relations (CFR). Una de las entidades norteamericanas más prestigiosas e influyentes en materia de política exterior.

El informe sobre riesgos globales del Foro Económico Mundial para 2018 señalaba los siguientes riesgos como los más graves a 10 años vista: 1. Las armas de destrucción masiva; 2º. Los eventos climáticos extremos; 3º. Los desastres naturales; 4º. El fracaso en la mitigación y adaptación del cambio climático; y 5. La crisis del agua. Y los más probables son el segundo, tercero y cuarto a los que hay que intercalar los ciberataques y el fraude o robo de datos. Con estos avisos muy serios el presidente norteamericano rompe el acuerdo de misiles intermedios con Rusia; acuerdo de no proliferación nuclear con Irán; tensa las relaciones con Corea del Norte y abandona el acuerdo de París sobre medio ambiente y cambio climático, en contra de lo firmado por todos sus aliados. Mientras, protege, incluso del fisco, a las grandes empresas informáticas: caso de Facebook que colaboró utilizando los datos a favor de Trump en la campaña electoral a través de una empresa británica. En esta situación, y aun conociendo el chovinismo identitario de los franceses, la Unión Europea tendrá que preguntarse por sus enemigos y aliados, por una estrategia y defensa plenamente autónomas.