A determinada edad la vida es una noción subjetiva; la juventud, normalmente, es una protesta continua que apila anhelos y desengaños. Creo que la madurez es la recompensa que mira directamente a los ojos del tiempo y exclama «no te voy a perder». Tengo la impresión que junto a determinados cumpleaños uno no debe protestar nunca. Aunque la cifra sea redonda... Acabo de cumplir 50 años, y por lo visto, estoy viva. Algunos recuerdos, pienso, que se vuelven impresionistas. Sí, al fundirse con la luz las emociones se deslizan por la rampa de lo perdido y animan a lo dado por muerto.

Nací hace 50 años en la ciudad de los Campos Elíseos (París) no sé si al abrir los ojos me encontré con la simpatía de los escritores de allí, pero desde bien pequeña escribo. Es bonito recordar mis primeras letras, todas llevaban la voluntad del querer. De adolescente, uno sueña demasiado, y junto al color de aquellos sueños estaba el anhelo de querer ser igual que Rosalía de Castro. Anda qué... (sonrío) le daba el coñazo a Claudio Rodríguez, Agustín García Calvo, Waldo Santos, Fili Chillón; a todos (sin excepción) les leía mis poemas y ellos siempre me daban la aprobación: qué grandes, me emociono... Han pasado muchos años, y creo que la recompensa de ser fiel a mis convicciones es poder hacer lo que más me gusta: escribir. Hay días que las situaciones de la vida nos derrotan, siempre que sucede pienso rápidamente en mi público y con respeto pronuncio la palabra queridos.

Valió la pena creer en mí, ya lo he dicho muchas veces, pero hoy con 50 años lo grito a los cuatro vientos. Gracias, Mario Conde, gracias, José Luis Alvite, por hacerme ver mi valor y enseñarme el camino de la continuidad y el esfuerzo.

¿Qué más le puedo pedir a la vida? Gracias al grupo Prensa Ibérica, a Marisol, Begoña, Paco Somoza, a todos los editores y directores de los periódicos. A José Manuel Vaquero. Gracias de corazón, nunca me imaginé (lo digo con lágrimas en los ojos) que con 50 años no le podría protestar a la vida. Mis columnas son mis compañeras, sí, la principal razón de vivir.