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Bartolomé Pérez Gálvez

Hijos de una España misógina

Son vidas arrebatadas por la violencia. Más de mil las mujeres han sido asesinadas en los últimos quince años por sus parejas. Sin embargo, andamos a la gresca jugando con la conducta más vil que puede cometer un hombre. Hasta los malnacidos de ETA se quedan cortos en comparación con los maltratadores. Desde la aprobación de la Ley contra la Violencia de Género, las agresiones machistas se han llevado por delante a más inocentes que el terrorismo etarra en cuatro décadas. A pesar de los avances -porque los hay, no lo duden-, el drama sigue siendo de una magnitud enorme, aunque algunos sigan insistiendo en una absurda banalización del problema.

A la vista de la gravedad del asunto, me llevan los diablos cuando escucho las bravuconadas de los dirigentes de Vox relativizando la violencia hacia las mujeres. Miren que puedo aceptar las mil y una mentiras en asuntos de política, pero la vida es algo más serio. Tiene narices que, quienes alardean de defender la vida del nasciturus, sean tan irrespetuosos con la existencia de los ya nacidos. Hasta el más inexperto psicoanalista tendría motivos para pensar que algo no funcionó del todo bien en su infancia. Porque, si no fuera así, ya me dirán cómo explicar el negacionismo de estos hijos de una España misógina o, lo que viene a ser lo mismo, una España psicópata.

A los Ortega Smith, Monasterio, Abascal y demás farándula, les agrada echar pestes de la Ley contra la Violencia de Género. Están en su derecho y no hay duda de que algo falla cuando el problema se mantiene. Más de 80.000 denuncias en el último año evidencian que estamos lejos de alcanzar el objetivo. Ahora bien, los datos también demuestran que en Vox siguen haciendo de la mentira su principal aliado. Cuando menos, la ley ha sido efectiva en disminuir el número de mujeres asesinadas. Los datos están ahí y basta con consultarlos. En comparación con el año anterior a aprobarse la ley, el número ha descendido en un 40%. Por tanto, la norma es útil. Otra cosa es su eficacia -obviamente, podría ser mayor- y, sin duda, la adecuada gestión de los medios económicos con la que se le dota. Es aquí donde pueden tener cierto punto de razón en su crítica, pero no por ello se justifica falsear la realidad.

Llaman la atención algunos de los argumentos utilizados desde Vox en su cruzada contra la legislación actual. Por ejemplo, la machacona insistencia sobre la supuesta criminalización de los hombres. Es posible que la ley sea un tanto proteccionista respecto a las mujeres -¿por qué no?-, pero de ahí a considerarnos como criminales hay un abismo. Mala conciencia tendrá quien así lo interprete. Más llamativa es la reiteración en mantener que existen miles de denuncias falsas, cuando apenas se trata de un 0,008% de las presentadas. En términos absolutos, ni siquiera alcanzan una veintena cada año. Ya ven que una cosa es la suposición y otra, bien distinta, la realidad. Triste es que no recuerden que más de 250.000 hombres han sido condenados por maltrato en este país. Una cifra que objetiva la gravedad de una lacra social que debe quedar al margen del debate ideológico. Una vez más, la insistencia en intentar convertir la mentira en verdad desprende cierto tufillo goebbeliano.

Números aparte, el argumentario misógino de Vox prosigue con la burda similitud que establecen entre la violencia contra las mujeres y contra los hombres. Miren por dónde, aquí no hay igualdad alguna, ni creo que lleguemos a verla jamás. Menos mal. Parece extrañarles que los hombres sean, simplemente por naturaleza, más violentos que las mujeres. A poquito que se molesten en preguntar, alguien les recordará la relación existente entre la agresividad, la testosterona y, en consecuencia, con el comportamiento del género masculino. Cosas de la evolución humana así que no sueñen con modificarla.

Lo más llamativo de la enconada oposición de Vox, quizás sea su inusitado interés por las víctimas homosexuales. Coincidiríamos, si no fuera porque cuesta creer en este giro ideológico que, de ser cierto, por supuesto que merecería un aplauso. En vaya lío se han metido con ese concepto de «violencia intrafamiliar» que prefieren utilizar para contrarrestar a la «violencia de género». Es de suponer que la violencia en el seno de las parejas homosexuales queda contemplada en esa «violencia intrafamiliar» a la que se refieren. Si así fuera, la naturaleza de la familia habría cambiado sustancialmente para Vox. Escuchando a sus líderes, se interpreta que los homosexuales -como los heterosexuales no casados- también formarían una familia. Todo un avance, pero ¿realmente piensan así o solo están mareando la perdiz?

Da la impresión de que, para Vox, la violencia de género apenas representa un tema más con el que generar bronca. En cierto modo recuerdan a los independentistas catalanes. En las formas, obviamente, que no en el fondo. Mientras los diputados de Esquerra Republicana usurpan la voz de los catalanes en el Parlament, los cargos electos de Vox nos la roban a todos los españoles en las Cortes Generales y en los ayuntamientos. Así es la democracia española, tan generosa como ingenua. Cierto es que ya nos tienen acostumbrados a dar la nota después de cada asesinato. Sin embargo, era difícil imaginarse que 52 diputados nacionales se negaran a apoyar una declaración institucional contra la violencia hacia las mujeres. Como consecuencia de su negativa, el manifiesto tuvo que acabar siendo leído fuera del hemiciclo por la falta de unanimidad que exigen estas declaraciones. Ridículo, ¿no creen?

A decir verdad, poco debería importar lo que opinen los misóginos de Vox. Ya saben que, a palabras necias, oídos sordos. Pero el problema va más allá, repercutiendo en la forma de pensar y actuar de los más jóvenes. El Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud advierte que el 56% de los jóvenes españoles siguen defendiendo posiciones machistas. Añadan que, solo en la provincia de Alicante, el número de menores denunciados por violencia de género se ha multiplicado por cuatro en los dos últimos años. Y, mientras el problema echa raíces entre los adolescentes, en Vox siguen abonando el terreno. Lo que nos faltaba.

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