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Programa de mano

Una sinfonía con dúo de violín y viola

María Florea y Sara Ferrández tocan con ADDA Simfònica la Sinfonía concertante de Mozart

Alicante, ADDA, 29 de noviembre, 20 h.

ADDA Simfònica

María Florea, violín

Sara Ferrández, viola

Josep Vicent, director

Maurice Ravel

(Ciboure,1875-París, 1937)

Pavana para una infanta difunta

Ravel, gran admirador de Liszt y Schumann, siguió sus pasos transformando en obras orquestales muchas de las piezas concebidas inicialmente para el piano. Ese es el caso de la Pavana para una infanta difunta, la obra pianística en sol mayor compuesta en 1899 para la princesa Edmond de Polignac. El español Ricardo Viñes la interpretaría en la Sociedad Nacional el 5 de abril de 1902 en su primera audición pública. Ravel la orquestaría en 1910 para estrenarla en los Conciertos Hasselmans en París, el 25 de diciembre de 1911, bajo la dirección de Alfredo Casella. Ravel utiliza una formación orquestal más modesta que los post-románticos para revelar la idea musical sin excesos, sin sobrecarga, diversificando los colores para hacer sobresalir la individualidad de cada uno. Buen ejemplo es la Pavana, una obra lenta y grave, con una instrumentación muy transparente. Es una de las composiciones más populares de Ravel aunque el autor se mostró inicialmente severo respecto a esta página que evoca la España cuya frontera está tan cercana a su localidad natal.

Wolfgang Amadeus Mozart

(Salzburgo,1756-Viena, 1791)

Sinfonía concertante en mi bemol mayor (K 364)

Michel Parouty, el musicólogo francés que tanto ha escrito sobre la obra de Mozart, afirma al referirse a esta obra escrita para violín y viola con el acompañamiento de cuerda, dos oboes y dos trompas: «Una vez más, el genio de Mozart ha roto los límites del género. Seducido en París por la sinfonía concertante, en plena moda, la instala fuera del cuadro galante, dentro de un universo orquestal completamente marcado por Alemania». En 1779 ha regresado a Salzburgo -tras su periplo por Munich, Augsburgo, Mannheim y París- para ocupar la plaza de organista de la corte. Es el año de la Misa de la coronación (K 317) y de esta página célebre y magistral que mostraba hasta qué punto la estética de Mozart evolucionaba sin cesar, recogiendo la influencia francesa y los avances orquestales que se le habían revelado en Mannheim. Esta será la ruta hacia los conciertos y sinfonías de su plena madurez: a la riqueza de la escritura orquestal le iguala la belleza de las melodías desplegadas por los instrumentos solistas, en la Sinfonía concertante por el dúo de violín y viola, esta tarde representado por la barcelonesa María Florea y la madrileña Sara Ferrández, ambas pertenecientes a sendas familias de músicos.

Ludwig van Beethoven

(Bonn,1770-Viena, 1827)

Sinfonía número 7, en la mayor (opus 92)

Los comentaristas de la Séptima han dicho que, de todas las sinfonías beethovenianas, ésta es la más rítmica. «En ella el ritmo es tratado por si mismo y por la sola espontaneidad de sus infinitos recursos», dice Jean Chantavoine. De ahí la inspiración dionisíaca que parece animar toda la obra, en contraste con el sentimiento apacible que se desprende de la Sexta (Pastoral) o de la graciosa y delicada Octava, que es su contemporánea. Richard Wagner consideró la Séptima como «apoteosis de la danza», calificativo cuestionado por varios musicólogos. Fue esbozada por Beethoven en tres años de meditación y trabajo antes de finalizarla en mayo de 1812, cuando dijo sobre ella: «Soy el Baco que da a los hombres el divino frenesí del espíritu». El 8 de diciembre de 1813, para celebrar el aplastamiento de los ejércitos de Napoleón y a beneficio de los soldados bávaros y austriacos heridos en la batalla de Hanau, se estrenó la obra, con Beethoven a la batuta, en la Universidad de Viena. Ese día el fervor del público estuvo con otro estreno, La victoria de Wellington en la batalla de Vitoria, expresamente compuesta por Beethoven para esta gala benéfica y patriótica. Cuatro días después, el 12 de diciembre, la Séptima volvió a interpretarse en Viena cosechando un éxito extraordinario que no ha cesado de tener entre el público melómano. Ese día Beethoven tuvo que repetir íntegramente, como bis, el segundo movimiento, el Allegretto. La partitura se publicó en 1816 con una dedicatoria al conde Moritz von Fries.

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