Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras. La Biblia, el Corán, el Manifiesto Comunista, no han necesitado imágenes para convertirse en textos, en palabras, que han tenido y tienen una enorme importancia. Aristóteles y Cervantes tampoco han necesitado imágenes para hacerse escuchar (sin negar que El Quijote, con las ilustraciones de Doré, gana bastante). Basta recordar que, durante el nazismo, Joseph Goebbels, el temido ministro de propaganda de Hitler, impuso aquello de que una mentira mil veces repetida se convertía en verdad y esa supuesta verdad significó una hecatombe como pocas en la historia de la humanidad.

Desde hace un tiempo, apareció lo que se llamó posverdad: lo no cierto se intenta convertir en verdad indiscutible, sabiendo que se está engañando y jugando con aquello de que algo queda. Vox de manera minuciosa, estudiada, ejerce la provocación diciendo de forma insensata que son más las madres que asesinan a sus hijos que los padres a los suyos: no aporta ningún dato estadístico, pero su parroquia está dispuesta a creerle cualquier cosa y de paso se intenta contaminar al resto de la población. El concejal de Vox Ortega Smith es uno de los portavoces de tanto «disparate» programado minuciosamente. Sobre Las Trece Rosas no dudó al decir que eran torturadoras, asesinas y que, además, estas jovencitas fusiladas por Franco eran violadoras y agentes de la Cheka; según el concejal, tenían tiempo para todo. Odio programado en dos direcciones, hacia «rojos/rojas» y hacia todo lo que cuestione la supremacía del macho. Ortega Smith se opone rotundamente a todo lo que huela a ideología de género. Natural. Y no duda en mentir obscenamente como cuando asegura que las denuncias de las mujeres víctimas de maltrato machista son en su mayoría... falsas. Esto, con los datos en la mano, es una mentira comprobable. Pero esto no importa y el macho alfa, amamantado a los pechos de Esperanza Aguirre, ya ha lanzado para su parroquia las palabras envenenadas.

Las palabras nunca son inocentes. Basta con mirar un diccionario para comprobarlo. Hace unos días Ortega Smith concitó la atención de todos los medios despreciando a una víctima del terrorismo machista que vive desde hace veinte años en una silla de ruedas -recibió tres disparos defendiendo a su hermana de un marido agresor-. Vox ha comprobado -con los votos obtenidos en las últimas elecciones- que hay un auditorio dispuesto a celebrar sus palabras altisonantes.

Además del discurso antifeminista, Vox también tiene en la mira a otros chivos expiatorios a abatir: los inmigrantes, siempre y cuando sean pobres. Si son ricos y católicos (y aunque no lo sean, no olvidemos que fueron iraníes quienes financiaron a Vox en sus comienzos), ningún problema, bienvenidos (mientras tanto una inmigrante andina, en negro, limpia el culo de la abuela del votante de Vox).

Tras la xenofobia y la misoginia se esconde un drástico proyecto económico al servicio de unos pocos. Un ejemplo: Vox propone reducir en 15 puntos la presión fiscal a las rentas más altas; o propone eliminar las comunidades autónomas y dice que con dicho ahorro se pagarían las pensiones futuras. Estas declaraciones que llaman la atención, por supuesto, no van acompañadas de ninguna documentación o estudio que les otorgue un mínimo de credibilidad, pero es evidente que funcionan, que algo queda. Y en este programa no falta la homofobia, no podía faltar. Abascal, en televisión, no dudó al decir, muy sensible y hasta generoso, que le parecería bien que una pareja del mismo sexo adoptara a una criatura que nadie quisiera...

Vox pretende liquidar la convivencia, el Estado del bienestar, ignora la Constitución del 78. Usa las posibilidades que la democracia otorga, pero no cree en ella. No hay que ignorar esta amenaza y menos porque no le faltan votos. ¿Por qué tantos votantes le apoyan? Merece una profunda reflexión, la historia no se repite pero suele tener parecidos siniestros.