Los aficionados al deporte y los españoles en general hemos vivido un fin de semana pletórico, maravilloso, de los que nunca se olvidan, en los que uno se siente orgulloso de ser español y de los deportistas que nos representan en tantas disciplinas. En tenis hemos seguido atónitos la gesta de don Rafael Nadal Parera, sin duda el mejor deportista de nuestra historia, conquistando la sexta Copa Davis, junto a un admirable Roberto Bautista, que se ha enfrentado no solo a sus rivales en la pista, sino a sus desgracias familiares con la súbita muerte de su padre, como solamente un gran hombre puede hacerlo. Han luchado contra la adversidad y los horarios con un espíritu de entrega inenarrable, con una fortaleza y una ambición fuera de toda duda, mostrando que su compromiso con sus colores, los de su país, y con la afición que ha seguido sus partidos día tras día, serían recompensados con el eterno agradecimiento hacia unos deportistas que entran por derecho propio en el olimpo de los mejores. Gracias.

Lejos de la Caja Mágica en tierras donde el dinero fluye entre duna y duna, y los sátrapas en familia conforman los gobiernos teocráticos, donde residen algunos deportistas comprados por los petrodólares, otro español que hace gala de ello, nacido en Barrica de casi 100 kilos de peso y casi dos metros de altura, ganó ayer el gran premio de Dubai, conquistando como hiciera el añorado Severiano Ballesteros el circuito europeo de golf. Jon Rham, se ha consagrado como uno de los mejores jugadores de golf de la actualidad, y con poco que la fortuna le acompañe, con veinticinco años recién cumplidos, tiene todo a su favor para convertirse en otra leyenda similar al cántabro que descubrió este deporte al españolito de a pie. Gracias.

Todo iba bien, espectacular, un fin de semana que entrara en los anales del deporte español, pero como en toda fiesta siempre hay alguien dispuesto a aguartela. Y ahí estaba agazapado, el Hércules, que por suerte unicamente tiene incidencia en el ánimo de los seguidores herculanos, y no en todos, cada día en menos, cada día más solo. Se veía venir el desastre. La Nucía fue la estación término en la que los pocos confiados en que las cosas cambiaran, se bajaron de ese tren que ha terminado por descarrilar. Todavía dice alguno que le han perdido el respeto al Hércules, refiriéndose a árbitros y rivales. No, al Hércules quien le ha perdido el respeto son los jugadores, con su lamentable puesta en escena de lo que no debe ser un deportista profesional semana tras semana, su entrenador que no sabe ni puede sacar adelante a este grupo, el peor de la historia herculana sin duda. Pero, sobre todo, un director deportivo protegido por su suegro que no da una a derechas desde que dejó el futbol activo en hora buena en su faceta de jugador y en mala para la dirección del equipo.

El que quiera dimitir tiene las puertas abiertas, menos lamentos y peticiones de perdón, y más dejar paso a otros con más capacidad de gestión para salvar la papeleta. Pero esta pesadilla continuará mientras el club esté en las mismas manos que le han llevado al infierno. Una triste gracia, una desgracia.