En los diversos índices de democracia elaborados por organismos independientes España aparece como «democracia plena», entre las 20 mejores del mundo, por delante de Francia o Italia. No lo digo por orgullo, aunque podría hacerlo, pues me siento co-partícipe de la suerte de mi democracia. Lo digo para recordar que el mundo no es un lugar perfecto: más bien es reacio a dejarse domar por utopías. Y el mundo globalizado acumula tensiones, desigualdades y desesperación. Y también muchos más avances de lo que pudo imaginarse hace 40 años. En todo caso no hay nada más absurdo que echar la culpa del ascenso de Vox a un presunto gen hispánico, a la historia más triste que es la de España o, en fin, a una Transición que dejó esto lleno de franquistas. Salvo que Polonia, Italia, Francia, Alemania, EE UU, Grecia, Gran Bretaña o Hungría estén llenas de tristes españoles franquistas. Lo que aquí hay es mucho desclasado de clase media con mala conciencia que aleja sus culpas cargándolas en otros, y que no han pasado por el filtro de un libro desde hace décadas. Esos compungidos ayudan mucho a Vox cada vez que extienden el pecado a un «todos» indeterminado con argumentos inverosímiles.

2. ¿Es Vox fascista? Creo que no. Quien tenga dudas puede leer una «autoentrevista» de Emilio Gentile, quizás el más reputado historiador del fascismo, titulada Quién es fascista (Alianza). Argumenta que en nada ayuda a la democracia el apresuramiento en aplicar calificativos históricos a fenómenos nuevos. La nueva ultraderecha no es revolucionaria: no sólo no pretende acabar con un sistema sino más bien apuntalarlo. Eso no la hace menos repulsiva. Si fuera una mera cuestión semántica no tendría más importancia. Pero puede tenerla. Porque si extendemos el calificativo fascista a demasiadas personas y fenómenos acabaremos por no comprender motivaciones y causas del movimiento. Por ejemplo: la ligera definición como «fascista» invita a promover un «antifascismo» tan épico como impotente, que generará situaciones en las que «Vox» se reproducirá con más facilidad. No es lo mismo un «cordón sanitario» institucional que otro basado en consignas callejeras -o en las redes- que contribuya a poblar de miedo el imaginario colectivo. Porque el miedo es el principal caldo de cultivo de la ultraderecha.

3. En 2018 se dictaron 56.473 sentencias por conducción bajo los efectos de alcohol y drogas. ¿Es que esas personas no saben de los peligros de la conducción bajo esos efectos? ¿Hay alguien en España que no tenga información suficiente? Es un ejemplo privilegiado de los límites sociales de lo argumentativo. Lo que quiere decir que acumular datos y explicaciones contra manipulaciones de Vox tendrá efectos limitados: la verdad no se amontona. Por supuesto que hay que seguir mostrando solidaridad con inmigrantes o mujeres maltratadas. Pero hay que hacerlo por decencia, como autoafirmación democrática. Pero no esperemos que ello conmueva a muchos votantes actuales de Vox: conocen perfectamente los datos. Pero les da lo mismo. Porque en la estructura de sospechas e intereses que conforma la conciencia política el papel de las emociones matiza la razón. Sobre todo si la razón se pone a la defensiva sin producir ideas alternativas. O, peor, si trata de enredar con el mismo juego de fondo que la ultraderecha. La sociedad no es plana: está llena de pliegues, trampas y contradicciones. Los tópicos matan la razón: las preguntas cotidianas la avivan. En un reciente seminario alguien explicó que hay un estudio que indica que el partido más votado por la comunidad LGTBI en Francia es el de Le Pen: ha sido capaz de poner en circulación el mensaje de que una llegada masiva de musulmanes acabaría con sus derechos.

4. Principio de racionalidad política: puedo decirle al adversario lo que tiene que hacer, pero no servirá de nada. Es más inteligente decírselo a los tuyos porque es más probable que puedas convencerles. Lo que diré ahora es lo que creo que no deben hacer los demócratas, sobre todo los de izquierdas. No es una receta: las causas de su avance son mucho más complejas y no caben en un artículo como este. Pero algunas sí. Una manera habitual de apoyar a Vox es repetir que esta democracia es un asco, que todos los políticos son iguales y corruptos, que España es un desastre. Otra: deslegitimar el fundamento de nuestro orden constitucional, atacando, con tanta fe como ignorancia, la Transición. Por supuesto que se puede, y se debe, ser crítico con la Constitución y defender su reforma. Pero de ahí a haber conseguido que Vox se presente como defensora de la Constitución hay un salto que indica que se han cometido muchos errores. Y otra: las izquierdas se están dedicando con enorme perseverancia a fragmentar la realidad. Han perdido el sentido de ciudadanía, entendida como la condición que otorga responsabilidades, obligaciones y derechos iguales -incluido derechos para atacar las desigualdades- y lo ha cambiado por un discurso que nos rebaja a «usuarios» de servicios del Estado -siempre insuficientes, lo que favorece la insatisfacción-. A partir de ahí, buena parte de las izquierdas se vuelve paternalista, adopta alguna buena causa y la convierte en preferente. Pero si se desliga su defensa del empoderamiento de los sujetos y del ejercicio global de la ciudadanía, nada se consigue. O peor: se consiguen los chistes con los que se vertebra la ultraderecha, porque la tematización en lenguaje políticamente correcto es incomprensible para la mayoría. Ejemplo: cargos públicos que no se limitan a prometer respetar la Constitución -base de toda la arquitectura democrática, aunque no guste- sino que incluyen una retahíla de compromisos personales que navegan entre lo patético y lo cómico, porque al significarse según sus preferencias personales proclaman una suerte de egoísmo solidario que deja fuera decenas de otras buenas causas. Con eso le hacen parte de su programa a Vox: ya saben dónde atacar y segmentan a buena parte de la sociedad democrática que no tiene porqué sentirse tan conmovida por tanta bondad selectiva. Y la izquierda, a fuerza de decretar restricciones, regala la libertad a los que quieren asesinarla.

5. Esta lucha va para largo. Para ganarla hace falta inteligencia, conocimiento y estudio, esperanza y confianza en las propias fuerzas. Y metáforas que no incluyan la erótica de la barricada. Bella ciao vale. Pero no mucho más.