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Luis M. Alonso

El otoño y la vejez

El viejo PSOE empieza a estar en el punto de mira del nuevo que intenta sacudirse con ello la corrupción de los ERE. Esta vez es algo más que el hijo matando al padre, se trata de ir preparando una coartada. La vejez tiene razones para sentirse maltratada pero en realidad, en contra de lo que algunos creen, suele resultar más duradera que la juventud que enseguida se marchita en el verdadero sentido de lo que es y significa. La novedad de la juventud caduca pronto, la de ser viejo nunca. Aguanta hasta que uno se muere.

La caducidad juvenil tiene su explicación: una de las primeras cosas que perdemos es el deseo de ser joven, algo que casi nunca nos damos cuenta del trabajo que da por tratarse de una ocupación a tiempo completo. Los jóvenes, una vez enterrado el egoísmo infantil, están siempre pensando en los demás: en lo que otras personas esperan y quieren, y, sobre todo, en las personas que otros ven en ellos. Y por el hecho de ser jóvenes, no saben lo que verdaderamente son y despilfarran un tiempo enorme y precioso en intentar descubrir algo que resulta prácticamente imposible.

El tiempo, a su vez, no hace a los viejos mejores. Si queremos engañarnos podemos decir que cuánto más viejo es un vino de Oporto o de Madeira, mejor. Pero la verdad es que, salvo un par de ejemplo, no hay nada que envejezca que mejore. El vino comienza a estropearse a partir de una edad y empeora hasta morir. Es solo cuestión de tiempo. Y como escribió el inolvidable Antonio Tabucchi, el tiempo envejece demasiado deprisa. Lo malo, hay que admitirlo, es cuando deja de envejecer. ¿Qué quieren? Estamos en otoño y es una estación propicia para escribir de este tipo de cosas.

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