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Los agoreros

Como era de esperar pocas horas después de que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firmasen un preacuerdo de Gobierno como punto de partida para lograr el apoyo de la mayoría de la Cámara Baja surgieron numerosas voces vaticinando los peores augurios para España en el caso de que finalmente Pedro Sánchez lograse conseguir la investidura presidencial. Lejos queda aquella norma no escrita según la cual una vez formado el Gobierno la oposición concedía 100 días de gracia antes del comienzo de la crítica parlamentaria.

La primera de esas voces ha sido, cómo no, la del especialista en desastres, José María Aznar. Para el expresidente todo lo que no sea un Gobierno que se limite a cumplir estrictamente sus «enseñanzas» políticas es un Gobierno radical, antidemocrático que pone en peligro la Constitución y el consenso de la Transición. Para Aznar la solución al complicado momento pasaría porque el PSOE se pusiese a las órdenes de un Partido Popular dirigido por un presidente que cuente con su beneplácito siempre y cuando Pedro Sánchez desapareciese de la vida política y los militantes del PSOE eligiesen por primarias a un secretario general que también fuese del agrado de Aznar. Como buen exfranquista (a tenor de su pasado familiar y de sus artículos de prensa de finales de los años 70) José María Aznar no ha terminado de asimilar los cambios que la Constitución española trajo consigo. El más importante es que la soberanía reside en el pueblo español. Ello significa dos aspectos. El primero, que la época en que un grupo de caciques de la oligarquía empresarial y de la jerarquía católica organizaban el destino de los españoles pasó a mejor vida. En concreto, el día que el dictador Franco murió y se inició la Transición. En segundo lugar, los españoles pueden decidir por sí mismos el tipo de país que se quieran dar a sí mismos sin que eso signifique que por no votar las ideas de Aznar pasen a ser unos iletrados que merecen ser tutelados. Que el expresidente Aznar se proclame defensor de la Transición y de la «nación» española podría sonar a chiste a más de uno. Cabe recordar el comportamiento que durante meses mantuvo Aznar en el extranjero cuando sus planes sucesorios con un Rajoy dirigido por él mismo perdió las elecciones en el año 2004 frente a un Zapatero en alza, poniendo a caldo al Gobierno español allá donde fuera.

También se han escuchado quejas de antiguos dirigentes del PSOE como Felipe González, Alfonso Guerra o Joaquín Leguina alertando contra futuros peligros. Lo primero que habría que resaltar es que hasta la fecha no ha habido ninguna concreción de reparto de ministerios ni propuestas de Unidas Podemos que pongan en peligro la democracia española a cambio de apoyar un Gobierno de coalición. Lo único seguro es el decálogo que conforma este preacuerdo y que menciona la apuesta por la lucha contra la corrupción, el cambio climático, revertir la despoblación en el campo, el apoyo a la cultura o garantizar la convivencia en Cataluña dentro del marco constitucional. Sobre estos diez puntos apenas se ha discutido y aunque resulta normal que tanto el PP como Ciudadanos y Vox, es decir, la Triple Alianza de la derecha española, no hayan hecho ni un sólo comentario sobre el acuerdo entre Sánchez e Iglesias, sorprende que históricos del PSOE se hayan fijado únicamente en aspectos formales y en imágenes televisivas y no en si el preacuerdo tiene o no una clara intención progresista.

Tal vez González y Guerra -que dejó la primera línea de la política en 1991- hayan olvidado el comportamiento que tuvo con ellos tanto la Alianza Popular de Manuel Fraga como el Partido Popular de José María Aznar. Si durante los años 80 alguien les hubiese exigido la necesidad de un entendimiento con la derecha por el bien de España se hubiesen echado a reír, aunque en honor a la verdad hay que decir que el Partido Popular de ahora no es el mismo que el de hace 25 años. Por aquel entonces la deriva franquista de este partido era muy notable mientras que ahora existe un partido a su derecha que sin ningún complejo se declara heredero del franquismo. Por otra parte, los antiguos cabezas pensantes de la derecha española como Fraga o Herrero de Miñón han sido sustituidos por aprendices de Margaret Thatcher que visten todos iguales y recitan el ideario económico de la Escuela de Chicago en las redes sociales. El panorama, por tanto, es desolador, y sin embargo estos antiguos dirigentes se empreñan en que Pedro Sánchez pacte con el PP un Gobierno no se sabe en qué condiciones a pesar de que en sus años de política activa no recibieron del Partido Popular o antes de Alianza Popular más que ataques furibundos o pactos con medios de comunicación para, poniendo en peligro la democracia, hacer caer al PSOE a cualquier precio.

Antes de juzgar el resultado de un Gobierno hay que dejarlo trabajar en unas mínimas condiciones de seguridad y tranquilidad y sólo después de un paso del tiempo relativo criticar o apoyar sus iniciativas políticas.

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