No sabemos qué aspecto tienen los dioses. Pero nos gusta pensar que, en cierto modo, se parecen a nosotros, o nosotros a ellos. Griegos y romanos los representaron con rasgos humanos, con aspecto de hombres y mujeres adornados con espadas, escudos, cetros, coronas, armas, que simbolizaban su naturaleza, poderes o campo de acción. De entre todos ellos, siempre he pensado que sería Mercurio el mejor dotado para el baloncesto. El Hermes griego.

El mensajero de los dioses, de gran astucia y agilidad. Un ser al que suele mostrarse con un tocado alado en la cabeza, capaz de robarle las flechas al mismísimo Apolo y de guiar a las almas hasta el infierno.

Un señor que calza sandalias con alas, rápido de movimientos y acostumbrado a robar, de fuerza olímpica, con la habilidad de hacer circular la información entre los dioses, de cruzar fronteras y de ir al rescate cuando las cosas se ponen mal, patrón de los atletas y alma de hechicero, solo puede jugar a un deporte. Y que me perdone Iniesta.

Los antiguos griegos escribieron que Hermes habría de hacer alarde de grandes hazañas ante los inmortales dioses. Una deidad con la astucia de Ricky Rubio y la elegancia de Roger Federer. Si en el Lucentum tenemos a nuestro particular Mercurio, pocas dudas hay de que esta es la temporada de la épica en la que estamos viendo hazañas impensables en un club que venció a la muerte y fue capaz de decirle «not today».»

Guiados por un dios capaz de descender a los infiernos y regresar del inframundo, de la mano de aquel a quienes encomendarnos ante un largo viaje o una peligrosa travesía. El que provee riqueza y buena suerte. Aquel al que Zeus encargó matar gigantes. El mensajero que trae los sueños en el reino de los vivos. Mercurio para los romanos. Hermes para los griegos. Llompart para los lucentinos.

No sabemos qué aspecto tienen en realidad los dioses, pero algunos de los que habitan nuestro mundo también parecen tener alas en los pies. No llevan cetros ni cascos, sino que visten de blanco y llevan el número nueve a la espalda. No son hijos de Zeus, pero merecen un lugar de honor en el Olimpo del baloncesto.