Uno es socialdemócrata militante, no ha ocupado ningún cargo en la Administración pública ni tampoco orgánicos, si exceptuamos su irrelevante presencia en una ejecutiva cainita que duró lo que dura un suspiro.

El otro ha sido concejal, diputado, asesor en el Parlamento Europeo, habla un perfecto inglés gracias a que fue miembro del gabinete de un alto representante socialista en Naciones Unidas. Una estancia en Nueva York pagada con dinero público. Ahora es secretario general de su partido y presidente del Gobierno de España por una afortunada carambola judicial y por decir no es no al consenso y a la estabilidad.

Uno jamás fue llamado para otra cosa que no fuera vociferar consignas estudiadas en asambleas y mítines electorales, mensajes muy manidos dirigidos a la masa aborregada, trufados las más de veces de altas dosis de hipocresía y de una propaganda que producen vergüenza ajena. Uno lucha contra sí mismo para mantener convicciones e ideas amasadas desde su juventud, aunque a veces le asalten dudas razonables de si está en el lado correcto de la historia. El otro cambia constantemente su pensamiento tanto como el dormilón cambia de colchón. Reír por no llorar, compañero.

Pedro Sánchez solicita a los afiliados de su partido apoyo para legitimar democráticamente una decisión tomada por adláteres y por los pelotas de turno, una decisión que puede tener cierta transcendencia para el futuro de su partido y para el devenir de España. Algo de vergüenza debe sentir por haber embelecado a propios y extraños y pide ahora que le liberen de sus propias contradicciones mientras sigue con su irresponsable carrera a ninguna parte. Disparate tras disparate.

Pues bien, uno ya le adelanta al otro su decisión: que no es no, Pedro, que no se arriesga la estabilidad del país pactando no con quien quiere reformarlo sino arruinarlo, que no se puede gobernar dependiendo del continuo chantaje de los independentistas vascos y catalanes. Desleales con el resto de españoles como solo ellos saber serlo. Sí al diálogo con sus representantes, cómo no, pero que este no sea de besugos.

No es no, Pedro. Que no se puede destruir un Estado de Bienestar que tanto esfuerzo costó crear por querer satisfacer las ambiciones de unos oportunistas crecidos al clamor de una crisis económica, populistas irresponsables que creen en verdades absolutas, enloquecidos por el poder y enfurecidos con todos aquellos que no siguen sus consignas de odio y enfrentamiento. No es no a la insensatez, compañero Pedro. Porque uno, que cultivó su pensamiento crítico leyendo a los sabios que nos precedieron, tampoco duerme ya tranquilo, no por uno sino por las generaciones futuras, porque tengan nuevas oportunidades para lograr lo que desean, por el progreso bien entendido, aquél que procura el bien común y no su desgracia.

Uno espera del otro sentido de Estado ante esa ola revanchista de quienes dicen que unidas y unidos pueden, apoyándose en la deslealtad institucional de los que desean romper la cohesión social y la convivencia, alcanzar no el cielo sino las prebendas y los privilegios del poder. Lo ha dicho un gran político ya jubilado, pero siempre acertado, dar carguitos para Juanito y así todos contentos. Reír por no llorar, compañero. Porque de verdad que a uno le duele en el alma pensar que ha podido estar todo este tiempo, gracias a otros y a otras, del lado equivocado.