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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

Las apelaciones a la Biblia ocultan solo intereses económicos

Lo primero que hizo la recién autoproclamada presidenta de Bolivia, la senadora Jeanine Áñez, tras el golpe de Estado contra Evo Morales, fue exhibir desde el Palacio de Gobierno un ejemplar de la Biblia.

«Gracias a Dios, que ha permitido que la Biblia vuelva a entrar a palacio», cuentan que dijo Áñez, mientras que otro de los instigadores del golpe, un rico abogado de Santa Cruz apodado el macho Camacho, se arrodilló también en el suelo ante un ejemplar del texto sagrado.

Conviene, sin embargo, no engañarse por tales apelaciones a la Biblia, que sólo ocultan algo bien real: los intereses económicos de las multinacionales occidentales que tratan de explotar los recursos naturales del país andino y se enfrentan a la nueva competencia de las empresas chinas.

Recursos como el litio, del que Bolivia el mayor productor mundial y que, como dijo en cierta ocasión el vicepresidente de ese país, Álvaro García Linera, refugiado tras el golpe con Evo Morales en México, «es un combustible que alimentará el mundo».

El litio es fundamental para las baterías que utilizarán los coches eléctricos, y el 70 por ciento de las reservas mundiales están en el Salar de Uyuni, con cerca de 11.000 kilómetros cuadrados, las salinas más grandes del planeta.

Su elevada altura sobre el nivel del mar - unos 3.600 metros- dificulta la evaporación por la acción solar, lo que exige un complejo equipamiento tecnológico y también importantes inversiones, que Bolivia sola no está en condiciones de financiar sola.

Nada más llegar al poder, el primer presidente indígena de Bolivia intentó deshacer una serie de tratos firmados con grandes compañías mineras occidentales que consideraba desfavorables para los intereses de su pueblo.

Se trata de empresas muy poderosas como la británico-suiza Glencore, la india Jindal Steel & Power, Anglo-Argentine Pan American Energy, entre otras, que siguen operando en algunas zonas del país de acuerdo con compromisos anteriores.

La última citada, Anglo-Argentine Pan American Energy, creó una empresa en Bolivia para la explotación de plata y de indio, que trató de extender su campo de acción y reivindicó tierras habitadas por los indígenas, que éstos consideraban sagradas.

Como cuenta el periodista y autor indio Vijay Prashad, Morales anuló en 2012 el contrato con la canadiense South American Silver (hoy TriMetals Mining), que decidió entonces recurrir a un arbitraje internacional para que el Estado boliviano la indemnizara.

Pese a las presiones del Gobierno de Justin Trudeau, TriMetal tuvo que contentarse con una compensación que representaba sólo el 10 por ciento de lo que reclamaba inicialmente.

El Gobierno de Morales expropió también tres explotaciones de Glencore, incluida una mina de zinc y otra de estaño además de dos fundidoras después de que la filial boliviana de esa transnacional protagonizara un choque violento con sus trabajadores.

También estalló un conflicto entre Pan American y el Gobierno de Morales por la expropiación de la parte que tenía la multinacional en la productora nacional de gas Chaco, algo que costaría a Bolivia 357 millones de dólares como compensación.

Se cree que Bolivia terminó pagando sólo en 2014 entre indemnizaciones públicas y privadas unos 1.900 millones de dólares por sus nacionalizaciones.

El fabricante estadounidense de coches eléctricos Tesla y el grupo canadiense Pure Energy Materials trataron también de negociar nuevos acuerdos con Bolivia, pero no aceptaron las condiciones fijadas por Morales

Para el presidente indígena, cualquier acuerdo de cooperación entre compañías extranjeras con la minera nacional Comibol o con Yacimientos de Litio Boliviano debían ser en condiciones de igualdad.

Tras esos conflictos con las multinacionales occidentales, comenzaron a tomar el relevo compañías chinas, según cuenta también Vijay Prashad, entre ellas el grupo BBEA y China Machinery Engineering.

Evo Morales se había convertido en un serio obstáculo para las ambiciones mineras que las compañías occidentales tenían en Bolivia. Había comenzado una nueva guerra fría económica, esta vez con China. Y esto explica mejor que nada su caída.

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