Aunque está demostrado que los animales pueden comunicarse entre sí por medio de gestos y sonidos (se dice que también se comunican las plantas emitiendo ciertos olores), el lenguaje es una cualidad que distingue a los humanos, aunque algunos lo maltraten hasta extremos poco creíbles. El lenguaje oral nos permite comunicarnos directamente y el escrito facilita la custodia y la transmisión de conocimientos entre generaciones y en ese sentido el lenguaje es quizás nuestra principal herramienta de progreso y explica, entre otras cosas, el predominio de la raza humana sobre otros animales.

Es importante usar la lengua con precisión y rigor para decir lo que queremos y que los demás nos entiendan sin atisbo de duda, y eso es algo que por desgracia no ocurre siempre y que ciertamente no se ve facilitado por el uso de redes sociales que limitan el mensaje a unos cuantos caracteres, que además se escriben con mala ortografía para aprovechar al máximo el escaso espacio disponible. No abogo por los discursos largos pues ya Quevedo, que dominaba el conceptismo, nos demostró que todo se puede decir con enorme economía de medios, y para Paul Claudel el ideal de la escritura es la concisión, que él asemejaba a la ostra contrayéndose bajo el zumo de limón. Pero no es fácil y hay que saber hacerlo.

Por ejemplo, estos días de ambiente electoral se han utilizado mal algunas palabras como «democrático», «progresista», «patriota» o «facha». Seguro que hay muchas otras porque los políticos no suelen hablar particularmente bien, pero hoy me concentraré sólo en estas cuatro.

Mucha gente reduce la palabra «Democracia» a votar y algunos a un inexistente «derecho a decidir», cuando lo que significa es «forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos», según dice el Diccionario de la Lengua elaborado por la Real Academia Española (DRAE) y estos, los ciudadanos, deben hacer uso de este poder dentro de la ley, lo que implica Estado de Derecho y separación de poderes. Por eso el llamado «tsunami democràtic» que corta carreteras y usa la violencia es lo primero, pero no lo segundo. Porque no hay democracia cuando las ideas tratan de imponerse por la fuerza y violando las leyes.

Otra palabra que se usa con profusión estos días en los que se intenta formar gobierno es «progresista». Entre el PSOE y Unidas Podemos se quiere formar un gobierno, pero no uno cualquiera sino uno que sea «progresista» (y lo repiten hasta el aburrimiento) entendiendo por tal un gobierno de izquierdas, como si solo hubiera progreso en esa adscripción ideológica cuando es bien sabido que, en general, es la derecha la que con más aptitud crea riqueza para que luego la izquierda la distribuya, y ambos cometidos son igualmente importantes. Para mí «progresista» es lo que crea progreso, lo que hace progresar a la sociedad y eso se hace de muchas maneras y no es patrimonio exclusivo de ninguna ideología política. Me molesta que la izquierda se arrogue la exclusividad del progreso, igual que me molesta que la derecha pretenda hacerse con la exclusividad del patriotismo.

Según el DRAE antes citado, «Patriotismo» es «amor a la patria» y no creo que haya gente que no lo tenga en mayor o menor grado. Es positivo querer al lugar donde uno ha nacido o vive, igual que es estúpido pensar que ese lugar es mejor que otros o el mejor del mundo. Lo que pasa es que en España hemos descentralizado también el patriotismo y hay gente que defiende ser patriota vasco o catalán o lo que sea y critica el patriotismo español, que es igual de digno (o de estúpido) que los anteriores. Y todavía puede ser peor porque muchos hoy confunden patriotismo, que bien entendido me parece positivo, con patrioterismo que es lo que hacen quienes «alardean excesiva e inoportunamente de patriotismo» (DRAE), que me parece muy negativo. En España tenemos más patrioterismo que nadie, empezando por el patrioterismo de los que se acuestan y se despiertan envueltos en la «estelada», que ha despertado un patrioterismo simétrico de los ultras españoles que también han sacado a la calle sus banderas rojigualdas. Y me molesta porque estos patrioteros son todos muy brutos y porque en el segundo caso se apoderan con pretensión de exclusividad de un símbolo que nos pertenece a todos. Hoy, si uno muestra la rojigualda, le llaman «facha».

Y esa es otra palabra que se utiliza con incorrecta alegría: «fascista», o «facha» se aplica en Cataluña a quienes no son independentistas y en el resto del país a los partidarios de partidos conservadores y en especial de extrema derecha como Vox. Se utiliza como insulto sin mayor afán de precisión porque no la tiene, ya que el fascismo era un «movimiento político y social de carácter totalitario que se desarrolló en Italia en la primera mitad del siglo XX, y que se caracterizaba por el corporativismo y la exaltación nacionalista» (DRAE) y cuyos miembros utilizaban la violencia para imponer sus objetivos. En España tuvimos una versión autóctona en 1936 con la Falange, pero afortunadamente casi nadie hoy entre nosotros defiende sus ideas con violencia... salvo algunos que son nacionalistas, totalitarios (ver las «leyes de desconexión») y últimamente también violentos. Afortunadamente no son corporativistas y por lo tanto tampoco son fascistas, aunque en mi opinión les falta un poco menos que a aquellos a quienes insultan con ese sustantivo.

Así que, por favor, usemos las palabras con corrección porque no se pueden estirar como el chicle sin incurrir en graves inexactitudes.