Cumplidos dos meses desde que el cielo se desplomase sobre la Vega Baja y las ramblas y el Segura buscasen sus milenarios lugares de paso, algo fundamental y trascendente hemos aprendido: volverá a pasar y tenemos que vivir con ello.

Sin embargo, este fatum instalado definitivamente en nuestra identidad colectiva de tierra agrícola, ribereña, de sierras duras y palmeras linderas, nos anima también a superarnos y a levantarnos sobre el barro, otra vez, como nuestros antepasados lo hicieron tantas veces.

Queremos salir adelante y queremos hacerlo bien.

Queremos, si es posible, hacerlo juntos, desde la unidad y la lealtad.

He estado desde el minuto uno junto a quienes hicieron posible que esos días los protocolos de emergencia funcionaran y lo hizo a la perfección, se salvaron vidas y las alertas previas evitaron una catástrofe mayor, por ejemplo, que más de 5.000 niños quedaran aislados, lejos de sus familias en sus centros escolares. Si pensamos en esa angustiosa escena, ya imaginamos lo que pudo haber sido.

Ahora toca evaluar por qué pasó de ese modo y qué podremos evitar en el futuro y en esa tarea la Generalitat tiene un papel de liderazgo incuestionable. Para empezar, el President Ximo Puig ha asumido desde el primer momento su responsabilidad en atender a la Vega Baja como territorio al que se siente muy vinculado, conoce en profundidad y en el que, de hecho, estuvo viviendo durante la inundación.

Se podrá decir lo que se quiera, lo entiendo, pero nadie podrá negar que los esfuerzos económicos de la Generalitat y el interés del Presidente Puig en la emergencia y en la post emergencia ha sido y es un ejemplo de solidez política (y por qué no decirlo, cercanía emocional). Pregunten si no.

En el momento que escribo estas líneas, la Generalitat valenciana ha destinado ya casi 100 millones de euros en diferentes conceptos como la reposición, reparación y ayudas directas a la Vega Baja. Una cantidad que, como me gusta decir, es también fruto de la solidaridad de todo el pueblo valenciano con nuestra tierra y nuestra gente. Cuando veo a ciertos líderes enzarzarse en debates politizados, demagógicos y frentistas entre la lengua castellana y valenciana (que también se habla en la Vega Baja), o enzarzarse con la "españolidad" de quienes vienen de otros países a cultivar nuestras cosechas, a cuidar a nuestros mayores o barrer nuestras calles...cuando veo a algunos personajes que intentan dividirnos como pueblo, con proclamas nacionalistas que empequeñecen lo que somos y somos capaces de ser...cuando veo todo eso, recuerdo mi tierra inundada y recuerdo la solidaridad inmensa que hemos recibido en esos momentos y entonces una luz al fondo del túnel nos indica que tenemos esperanza. Ahora hay que materializarla.

Nos corresponde ahora convocar expertos con la humildad intelectual necesaria para no equivocarnos.

Nos corresponde escucharlos, analizar las mejores opciones, buscar consensos en las infraestructuras necesarias, pelear la financiación y ser generosos; ser generosos para aceptar que el interés general a veces no coincide con intereses particulares y que ha llegado la hora de tomar las decisiones adecuadas y responsables.

El agua habla de diferentes maneras y hay que comprenderla si queremos que nos respete y esa es una tarea técnica. Sin embargo, corresponde a la política habilitar procesos de transformación y oportunidad tras el colapso sufrido en la Vega. Y es tarea de un buen político liderar los consensos necesarios para que sea un proyecto territorial creíble, inteligente y valiente.

Cuando llegue el momento será tarea de todos aparcar nuestras pequeñas veleidades y pensar en el interés general, ése en el que casi nadie ha pensado nunca. Ahora todos somos Vega Baja. Eso repetimos unos y otros. A ver si es verdad. Si no, el agua volverá por donde vino y, definitivamente, tendremos que darle lo que es suyo.