Tomarse demasiado en serio las disputas no es bueno. De todos modos, muchas veces lo vemos que junto a una mala palabra u ofensa está la memoria que habla en nombre del pariente. Qué mala vida le damos al afecto, cualquier cosa sirve para provocar una riña: no sé, creo que en los tiempos que corren nos molestamos por casi todo.

Estamos muy lejos de reconocer que junto a las ideologías nos volvemos extremadamente cabezotas. Además, con gran desatino, consideramos enemigo al que no piensa igual que nosotros. Somos el intento imprudente de censurar lo que no reconocemos nuestro... Qué de enredos y egoísmo hay en «lo nuestro». Muchos conceptos están contrapuestos, casi diría que son el desencadenante furioso que enturbia e instiga la razón. Si para defender «lo nuestro» tenemos que indignarnos con lo ajeno, estamos dando paso (y sin saberlo) a la invectiva que muchas veces desencadena en violencia. ¿Saben? Junto al diálogo no hay fanatismos, es la fuerza (al menos así debería ser) que mueve el pensamiento, la única que vence la indignación y nos lleva a la concordia. En ocasiones junto al temor está el sometimiento... Hace pocos días, gracias al tono elevado que usamos, le escuché decir a un chico: «Si mi familia se entera que he votado a... me deja de hablar». Efectivamente, muchos de nuestros odios y recelos derivan de la herencia (que sin querer o queriendo) adoctrina. Enfadarse con los demás por no pensar igual que nosotros es un acontecimiento absurdo que podemos evitar. La vida es inexorablemente breve, no da segundas oportunidades, no perdamos el tiempo disimulando la tristeza y vayamos a consolar la pena. Nuestra existencia no debería centrarse en «lo nuestro»; junto a la vida terrestre resplandece la luna, el sol, las estrellas. Ah, y nosotros...