Existen mentiras fundacionales en política. Básicamente son de dos tipos: las que destruyen la inocencia para siempre y las que estimulan la credulidad temporalmente. La incorporación de España a la OTAN, en 1986, después de la solemne promesa de salir, acabó con la inocencia de los votantes del PSOE felipista, aunque no se notó hasta que la corrupción estalló como una gusanera pocos años después. Aunque al menos el Gobierno socialista cumplió con su promesa de convocar un referéndum, que respaldó la permanencia en la alianza militar con casi un 57% de votos positivos.

Una mentira fundacional del segundo tipo es la que vivimos hace pocos días, cuando Pedro Sánchez se dirigió al país para anunciar que había llegado a un preacuerdo con Unidas Podemos para sacar adelante «un Gobierno profundamente progresista». Sánchez se había pasado toda la campaña electoral azotando a UP por teatros, auditorios y plazas. También lo había hecho en la campaña electoral anterior, en una suerte de anticomunismo impostado que ni siquiera renunciaba a las menciones estremecidas a la Venezuela bolivariana. Unidas Podemos, gracias a la estrategia impuesta por Pablo Iglesias a sus compañeros -y particularmente a sectores de IU y a anticapitalistas- insiste hace seis meses en tender la mano al PSOE aunque, por supuesto, con fidelidad a los mantras y profecías de la retórica podemita: el PSOE es el guardián de las empresas del IBEX 25, chapotea alegremente en las cloacas del Estado, huye como la peste de la defensa de los más débiles, sostiene la farsa democrática del régimen de 1978, anhela pactar con el PP, con Ciudadanos, con el Ku Kux Klan? Ahora todo esto ha desaparecido como estalla una pompa de jabón. Haciendo gala de un cinismo portentoso Sánchez se felicita a sí mismo (y a UP) por el esfuerzo invertido para conseguir esa gran noticia. Me parece la síntesis final de un político químicamente puro que, al igual que Alien, el monstruo de Ridley Scott, «es un superviviente libre de conciencia, remordimientos o delirios de moralidad».

Todo lo ocurrido hasta ahora le trae sin cuidado a las respectivas hinchadas de la izquierda. Opera lo que John Mearsheimer llama «perdón ideológico»: con aquellos líderes con los que se coincide ideológicamente siempre se está dispuesto a olvidar o disculpar sus falsedades más arteras e, incluso, a compartirlas asertivamente. Es lo que se oculta con expresiones tan memas como «se demuestra que no era tan difícil» o algo por el estilo. Como si solo hubiera sido un asunto de buena (es decir, mala) voluntad o de incomprensiones programáticas mutuas. No. Es meramente una cuestión oportunidad para unos agentes básicamente oportunistas. Como ocurre entre las derechas.

De las falsedades a las mentiras estratégicas -las que se justifican por un bien superior- y de las mentiras estratégicas a los relatos que se tejen y destejen diariamente para legitimar decisiones e inacciones políticas. La mentira fundacional que ha presidido el primer acuerdo para un Gobierno de coalición de izquierdas en España se resquebrajará diez días antes o diez días después de la investidura. Habrá que ver que sacan de la chistera entonces. Antes las mentiras aguantaban media legislatura. Ahora no duran mucho más que una merienda.