Hace unos años tuve la oportunidad de visitar la Universidad de Harvard, uno de esos centros de educación superior de élite que pueblan los alrededores de Boston. Más allá del frío que hace en el estado de Massachusetts en invierno, lo que más me sorprendió fue descubrir cuál es el curso más popular de toda la historia de la institución (y hablamos de casi cuatrocientos años). ¿Física cuántica? ¿Derecho romano? ¿Literatura española del Renacimiento? ¿Botánica? No. Las clases más demandadas son... las de Psicología positiva. O dicho de otra manera, un curso sobre cómo ser feliz. El profesor, Tal Ben-Shahar, es ya una celebridad en el campo de la Psicología y sus clases pueden verse gratis en la web de la Universidad de Harvard. Se preguntarán ustedes entonces si es posible aprender a ser feliz y, sobre todo, qué componentes incluye el secreto de la felicidad. Los investigadores de Harvard llevan casi un siglo preguntándoselo. Uno de ellos, George Vaillant, lo resumía así: «Happiness is about playing, and working, and loving». Jugar, trabajar, amar. Disfrutar, esforzarse, vivir grandes emociones. ¿Será por eso por lo que tanto nos gusta el deporte? Tal Ben-Shahar rompe con nuestra tríada de «salud, dinero y amor» al afirmar que no son las riquezas las que generan felicidad, sino las experiencias que vivimos y que convertimos en recuerdos. Las fotos de los momentos compartidos con personas especiales.

Los retos que nos planteamos para llegar más lejos. Los lucentinos lo tenemos claro: una noche de baloncesto en el Pedro Ferrándiz nos da la vida. Los triples de Schmidt añaden placer a nuestra existencia. Los pases de Llompart nos hacen sonreír. La energía de Chumi nos alegra el alma. La muñeca de Pitts nos revoluciona el corazón. Ya lo decían los Beatles.

Y en esa receta de la felicidad, la música juega un papel fundamental, dicen los expertos. No solo escuchar las melodías que tanto nos gustan: cantarlas en grupo ha demostrado ser una enorme fuente de felicidad. Hagan la prueba con el «We are the champions» entre amigos. Pero volvamos a Harvard. Aquella visita mía a Boston terminó, como no podía ser de otro modo, en el TD Garden, para ver jugar a los Celtics. Era mi cumpleaños y el cuerpo me pedía NBA. Un buen amigo amante del baloncesto, un tal Ramón Juan, vio mis fotos de los Celtics en las redes y me dijo: «Sí, pero no te gusta tanto como el Centro de Tecnificación». ¿Cómo lo supo?

Dicen que la felicidad está en nuestra mano: ejercicio físico, comer bien, ser agradecido por lo que tenemos. Disfrutar al máximo de las experiencias que nos ofrece la vida. Amar. No olvidaré aquella noche en el Garden, pero no despegué la boca en todo el partido. Ramón tenía razón. No es el baloncesto. Es el Lucentum.