Cómo es posible que, en menos de dos días, se haya llegado a un preacuerdo para formar Gobierno entre PSOE y Unidas Podemos y tras el 28 de abril no se pudiera conseguir en meses?

El resultado de las elecciones del domingo lo ha hecho posible. «A la fuerza ahorcan», expresa un famoso dicho español. Se le han visto las orejas al lobo y, seguramente, también las garras. Bienvenido sea el acuerdo, del que aún no se conocen todos los detalles y que todavía necesita configurar una mayoría parlamentaria suficiente para la investidura y, especialmente, garantizar la gobernabilidad durante cuatro años. Aunque más difícil y compleja que en abril, los números dan para esa mayoría progresista y necesaria para el Gobierno.

Y es una lástima no haberlo hecho entonces. Nos hubiéramos ahorrado unas elecciones y determinados resultados. Pero, como se ha dicho en alguna ocasión, la primera vez suele costar más. Nunca un partido que había ganado las elecciones se veía ante la exigencia de otro de que, para apoyarle, le pedía entrar en el Gobierno central. Lo que era normal en ayuntamientos, comunidades autónomas y en todo el planeta, aquí se tomó como una frívola petición en la que hemos asistido a un deplorable espectáculo de regateos y desprecios, que aumentaban según algún «gurú» de la Moncloa asesoraba a Pedro Sánchez de que sus encuestas le daban que casi arrasaría con nuevas elecciones. Faltaba Tezanos que, desde el CIS, nos decía que el PSOE podría llegar a 150 escaños. Con amigos así para qué hacen falta enemigos. Aún ha pasado poco. Y ha pasado mucho.

UP ha perdido 7 diputados y el PSOE, 3. Son diez menos que en abril. Pero en el Senado el PSOE ha perdido 31 senadores, que se dice pronto, pasando de 123 a 92 y perdiendo la mayoría absoluta. Y, por otro lado, si bien Ciudadanos casi desaparece, la derecha y la extrema derecha salen muy reforzados de estas elecciones.

Para el PP y VOX que Sánchez convocara nuevas elecciones ha sido una bendición. Un regalo que les ha permitido salir del ostracismo en el que estaban. Una errónea decisión que, además, ha supuesto un cambio en la, hasta ahora, marcha triunfal de Sánchez. El exitoso «efecto Sánchez» se ha transformado en el «defecto Sánchez».

Ahora lo importante es conseguir formalizar ese acuerdo de gobernabilidad que tanto ha costado. Y ponerse a trabajar. Habrá que hacer ingeniería parlamentaria a diario ante la fragmentación del Congreso, pero el esfuerzo es imprescindible. Fracasar otra vez sería imperdonable. Todos los temas pendientes siguen encima de la mesa y, ahora, es probable una mayor polarización por los extremos que dificultarán la gobernabilidad. Todo será más difícil que en abril, pero aún será peor si no se empieza a gobernar para todos de inmediato.

La difícil situación económica que tenemos encima hay que encararla. Aún no está resuelta la crisis anterior y tenemos otra en ciernes. Hay millones de españoles que lo están pasando mal: parados, pensionistas, jóvenes, mujeres y, cada vez más, hasta trabajadores con pésimas condiciones. Los índices de pobreza y riesgo de exclusión social se mantienen muy elevados. Son un caldo de cultivo ideal para que, ante la ineficacia de la escasa atención y ayudas que reciben, se desencanten del sistema y piensen que, en fuerzas más extremistas y excluyentes, esté la solución a sus problemas. Urge que un Gobierno de izquierdas priorice la atención a los colectivos más necesitados y evite que los problemas se agudicen.

Y en Elx debíamos estar más preocupados por estas cuestiones. Aparecemos reiteradamente entre los municipios con barrios con peor nivel de renta. Detrás de esos datos hay miles de familias que padecen esa situación desde hace años. Las políticas sociales y de integración de las minorías y de los sectores más desfavorecidos deben mejorar mucho. El Ayuntamiento debe intensificar su preocupación por todos los barrios y pedanías. El centro es muy importante, pero no es el único barrio de la ciudad. Los resultados electorales, en Elx, de este domingo nos confirman que hay situaciones muy preocupantes donde menos te lo esperas. Un gobierno progresista en Madrid también debe resolver, de una vez, la infrafinanciación autonómica para que desde el Consell puedan llegar más fondos e inversiones a un municipio como el nuestro, donde siempre han escaseado y que los datos demuestran que hay una creciente decepción por la situación padecida.

Si ahora se puede configurar un gobierno progresista, que permita avanzar y mejorar la vida para la mayoría de la población, el esfuerzo habrá valido la pena. Es una esperanza por la que vale la pena luchar.