El PSOE ha ganado las elecciones, pero hoy los titulares destacarán el éxito de Vox. El triunfo socialista queda deslucido por el avance entusiasta de la derecha radical, no cumple con las expectativas de Pedro Sánchez de ampliar su mayoría y estrecha sus posibilidades de continuar en el gobierno. El resultado no fortalece en ningún caso, sino que debilita su liderazgo, y le impedirá seguir acumulando contradicciones en su corta carrera, obligándole a definir una línea política. Los españoles no han votado pensando únicamente en la formación del gobierno.
La mayoría ha repetido el voto, pero millones de electores han cambiado de papeleta, dibujando un panorama político bien distinto. La redistribución del voto de Ciudadanos ha proyectado a Vox, que a su vez ha frenado el crecimiento del PP, facilitando la victoria a Pedro Sánchez, y al mismo tiempo reduce las opciones de Pedro Sánchez a la hora de ensamblar los apoyos parlamentarios de su eventual futuro gobierno.
El PSOE y el PP, conjuntamente, reúnen más escaños que en abril, pero si a éstos añadimos los de Ciudadanos el resultado es que el centro suma menos. El voto se ha polarizado, el Congreso se fragmenta aún más, hasta atomizarse, y, en resumen, la política española se descentra y se dispersa. Esta es la noticia de las elecciones de ayer. Ahora, Ciudadanos no cuenta para formar gobierno. Su disponibilidad de última hora llegó tarde. La posibilidad de un pacto con el PSOE fue desaprovechada y ha pasado. La progresión de Vox neutraliza al PP para cualquier acuerdo. La única opción que tiene Pedro Sánchez de mantenerse en el gobierno consiste en ceder a las condiciones que decidan ponerle Podemos y los nacionalistas. Porque, con los resultados de ayer, tendrá que pensar dos veces si le conviene pedir por tercera vez el voto a los ciudadanos o debe proponer un plan de gobierno y hacerse responsable. La victoria de Pedro Sánchez tiene un aire circunspecto.
