En estos tiempos en los que estrategas y asesores parecen dominar con sus triquiñuelas las campañas electorales, deberíamos recordar al precursor de todo ello en la antigua Grecia, el gran Alcibíades, destacado estadista, orador y estratega ateniense. Cuentan que Alcibíades compró un perro que llamaba la atención por su belleza cuando paseaba con su dueño, al que un día el estratega cortó el rabo. Durante un tiempo, los atenienses no dejaron de hablar de las razones que llevaron a su dueño a tal amputación, hasta que finalmente, al ser preguntado Alcibíades por los motivos que le llevaron a ello, contestó sin dudarlo que así los atenienses se ocupaban de ese rabo mientras él podía gobernar a su antojo. Algo parecido ha ocurrido a lo largo de estos días previos a la convocatoria electoral que tiene lugar hoy domingo, en los que incluso un candidato ha llegado a utilizar a un perro.

La finalización de estas cuartas elecciones se cierra con una de las campañas electorales más extrañas de los últimos años. Ciertamente, tener que acudir a las urnas nuevamente, porque los candidatos elegidos hace pocos meses no han sido capaces de ponerse de acuerdo, no es muy estimulante. Pero lo vivido a lo largo de esta semana preelectoral ha sido desconcertante, por lo que no podemos descartar sorpresas cuando tras el cierre de los colegios se recuenten los votos emitidos.

A lo largo de estos días, y lo vimos con particular intensidad durante el único debate que mantuvieron los cabezas de lista, el PSOE ha dejado claro que quiere gobernar, si bien su candidato a la Presidencia, Pedro Sánchez, no ha explicado con quién ni cómo. Ciudadanos renunció hace tiempo siquiera a llegar al Gobierno, convirtiendo las comparecencias públicas de Albert Rivera en un espectáculo deplorable que atrae por las risas que despierta. Mientras tanto, el PP de Pablo Casado aspira a recuperar diputados para contener, en parte, la gigantesca hemorragia que sufrió en las pasadas elecciones, conformándose con mantener sus gobiernos con la extrema derecha a lo largo y ancho del país. Y Podemos, a su vez, suplica una y otra vez al PSOE gobernar conjuntamente, sin que su líder, Pablo Iglesias, deje de acusar a los socialistas de tener un pacto oculto con la derecha que, de ser así, en buena lógica, imposibilitaría cualquier gobierno como el que reclama. Luego tenemos al PNV, que a duras penas puede contener la furia fascista de Vox y sus impúdicas amenazas públicas de ilegalización, mientras que ERC explica sin inmutarse que reclama una derrota del PSOE para poder conseguir un gobierno de izquierdas, algo metafísicamente imposible en la medida en que, sociológicamente en estos momentos, cualquier gobierno de izquierdas debe pasar por un PSOE vigoroso. Y veremos en qué queda la aventura de Compromís con el insaciable Errejón.

Mención aparte merecen las huestes neofranquistas de Vox, que están utilizando de maravilla toda la presencia pública que tienen para impulsar la metástasis política y social que pregonan. Desde un sistema democrático al que desprecian y del que se sirven, predican su programa a base de expulsiones, detenciones, apresamientos, ilegalizaciones, condenas, prohibiciones, supresiones, rechazos, criminalizaciones, deportaciones, cierres y recortes, pregonando a los cuatro vientos su mensaje de odio y rechazo contra todos aquellos que no comparten su amor al franquismo y a un neofascismo falangista, aderezado con gigantescas mentiras, falsedades y barbaridades. Nada de esto les importa porque tienen muy claro que su proyecto político se dirige a las entrañas, alimentando los más bajos instintos, sin que haya lugar para la pedagogía política, la convivencia o el respeto. Discurso de «pijoprogres» lo llaman, con esa superioridad moral que siempre han utilizado quienes solo tienen el autoritarismo como única respuesta. Por ello, no se acaba de entender bien la amistosa complicidad de sus socios de la derecha con quienes comparten gobiernos, el Partido Popular y Ciudadanos, ni tampoco el silencio de otros partidos de izquierda.

Y en medio de todo ello, las encuestas y sondeos conocidos han aumentado el desconcierto porque parecían más encaminados a moldear la realidad tal y como se deseaba, que a tratar de conocer el estado de ánimo de una sociedad cansada y harta.

Ni uno solo de los partidos políticos que participan en estas nuevas elecciones ha reconocido su parte en el fracaso por la incapacidad para haber podido formar gobierno, manteniendo el país en una situación negligente de interinidad. Ni uno solo ha pedido perdón a la sociedad y a sus votantes por ello, manteniendo ese discurso irresponsable de lanzar las responsabilidades a los demás, pero presentarse como la única fuerza responsable. Y, por si fuera poco, tampoco han sido capaces de superar el problema catalán para plantear proyectos ilusionantes en torno a los desafíos inaplazables que la sociedad tiene.

De manera que hoy no termina nada, sino que comienza uno de los mayores desafíos que los políticos tienen por delante y que marcará nuestro futuro. Esperemos que lo comprendan y estén a la altura, por fin.