Tú lee este artículo y ve y vota.

Sobre todo si tienes dudas de a quién votar. Como la ley me lo prohíbe ya no puedo aconsejarte por quién puedes hacerlo. Pero ya verás como en el camino experimentas un deslumbramiento que te lo aclara. Quizá baje un ángel y te lo susurre al oído. Es difícil, pero puede pasar. Walter Bemjamin, que era ateo, decía que no había que perder la esperanza, que cualquier minuto podía ser aquél en el que apareciera el Mesías. Claro que Benjamin acabó suicidándose pensando que le iba a detener la Gestapo, lo que ya te da una idea de a quién no debes votar, por si acaso se crecen. Aunque también es verdad que ahora sabemos que la Gestapo, al menos ese día, no lo hubiera pillado: sus compañeros lograron huir.

Sigo con lo de la revelación. Quizá descubras el sentido de tu voto en una sonrisa, apreciando lo sucia que está la calle, en los comentarios en el Colegio Electoral -los colegios electorales son bonitos: como performances que trastocan el paisaje de las rutinas-, en una joven militante que ha elegido este mal momento para debutar como apoderado y se le ve nerviosa, mira tú qué raro. O quizás lo descubras en un comentario salvaje en el bar donde desayunas, o en el gesto airado de un candidato en la tele. Tú ve y vota. En otras épocas te hubiera pedido que no lo hicieras por miedo, o a la contra, o con rabia. Pero no están los tiempos para melindres ni melindrosos. Decía Adam Smith, cuando dejaba de hacer malabares con su mano invisible, que la reiteración en los gestos perfeccionaba la técnica, que la verdad es que tampoco hay que ser escocés para darse cuenta, pero, bueno, lo dijo: piensa, entonces, que ya eres un maestro en votar. Mejor eso que lo contrario. La primera vez, en 1977, aquello sí que fue guay. Bueno, sí: fue emocionante, pero vivíamos peor, éramos más pobres, había más analfabeto y teníamos la emoción de no haber votado nunca. Y la ultraderecha tenía tanques y fragatas, que no es poca cosa. O sea, que votes. Para celebrarlo.

Ya has votado. Ya puedes contarlo en el guasap de los amigos de la infancia. A cambio recibirás tres vídeos de temática equívoca, seis fotos de setas y tres de Messi.

Ahora viene qué hacer después. Lo primero: saludar adecuadamente y educadamente al Presidente/a de Mesa, vocales, apoderados/as e interventores/as, que sí tienen un trago. Buenos, a los representantes con cara de ser de un partido que quiere llevar a la clandestinidad a las urnas no hace falta que les saludes. No les insultes, pero no les saludes. Que vean que son un chiste que no hace gracia. Hala, ya has saludado-no saludado. Ahora ya puedes insultar a los políticos. Los políticos son como los árbitros de fútbol: están para eso. Sólo que los políticos trabajan sin VAR. Y si meten gol, lo que a veces pasa, nadie les jalea. Pero, bueno: si has votado puedes hacer gracias con sus dislates. Incluso con las cosas razonables que digan, como lo de la fiesta de la democracia.

Ya puedes ir a comer. A celebrar que vives en un lugar de dieta mediterránea, que ya tardan en decirnos cómo va a afectar el cambio climático a la dieta mediterránea. Seguro que si gana el cambio climático ya no se vota y algunos estarán contentos. No hay mal que mil años dure. Así que te has ganado una siesta. Si no hubieras votado, en este momento te asaltarían las dudas, la mala conciencia y eso. Ahora puedes dormir tranquilo. Ya ves: todo son ventajas. Si lo consideras conveniente puedes insultar a los políticos. En el guasap del trabajo hay 3 que aún no han votado: ¿a que son los que más se quejan? Pues se lo dices. Y te quedas tan ancho. Como has votado te sientes un magnífico ciudadano. Y por ahora no tienes miedo de la Gestapo.

Lo que empiezas a sentir es una cierta inquietud por el resultado. Pones la tele, o la radio, o te enganchas a un digital y empiezas a hacer pantallear. Ya sabes: no es que te importe demasiado el resultado. Pero mejor si ganan los tuyos. Y te concedes un minuto de melancolía: ¿quién son los míos? Y una punzada de incertidumbre: ¿no debería haber votado a otros? No importa. El cerebro humano está dotado para el olvido. Algunos, incluso, están dotados para habitar en la cabeza de idiotas. No importa. Se acercan las 20 horas. Y una hora menos en Canarias, las Islas Afortunadas, que allí Franco se murió una hora antes.

Te llama un amigo que sabe de estas cosas y te dice que la abstención es alta pero menos de lo que se esperaba. Bueno. Y que tiene un primo, cuñado de un encuestador que dice que no tienen ni idea de quién va a ganar. El recuento del Senado es muy lento. Será por eso que hay que reformarlo o quitarlo. Es que estos políticos no hacen nada. Abres la cerveza. Es una vieja costumbre de cuando la democracia, y tú, erais jóvenes. Muchas cervezas ya. Brindas por lo que pudo haber sido y no fue. Y por lo que no parecía posible, y fue. La noche del 23 F no hubo cerveza. Ni casi tele. La democracia es que ha envejecido. Te dices. Tú, sin embargo, vibras con igual ardor, con esperanza ilimitada. Ya van a dar los resultados. No, que sólo participación. Ahora. Ahora sí. ¿A que al final te acuestas contento y todo? Joder con la democracia, qué cabrona es a veces.