Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Si las palabras que escupimos por la boca (por dónde, si no) se acumularan, como los objetos, por toda la casa. Si cogieran polvo, si envejecieran. Si al atravesar el pasillo tropezáramos con ellas como con el patinete del niño. Si nos rompiéramos el tobillo al golpearnos contra los sustantivos y los adjetivos y los verbos que dejamos tirados por ahí, de cualquier modo. Si, al encender la tele, las palabras salieran de la pantalla como cuerpos físicos, dejando el salón perdido de frases hechas o deshechas, de pronombres, de oraciones subordinadas, de retruécanos, metonimias, aliteraciones. Si de vez en cuando hubiera que contratar unos servicios especializados en la limpieza de ese conjunto de bártulos gramaticales. Si todo ello nos obligara a ser conscientes de lo que decimos o de lo que nos desdecimos…

En tales casos, no hablaríamos en vano. No nos haríamos tanto daño. No prestaríamos oídos a tantas estupideces. Y apagaríamos la tele frente a determinados programas como cerramos el grifo del agua cuando no tiene sentido que continúe abierto. Clausuraríamos la boca como el que apaga la luz al salir de la habitación. Mediríamos más lo que expresamos. Llevaríamos cuidado. Porque lo cierto es que, aunque las palabras pronunciadas no ocupan aparentemente espacio alguno, se quedan ahí, en algún sitio invisible de nuestro recuerdo o nuestra mente y sí, sí, cogen polvo, envejecen, tropezamos con ellas el atravesar el pasillo y nos rompemos el alma contra los verbos o los adverbios que articulamos o desarticulamos el año pasado, incluso hace diez años.

Muchos matrimonios naufragan en el mar de reproches mutuos amulados durante una mala época de sus vidas. Se ahogan en lo que se dijeron. Las oraciones gramaticales descalificadoras vuelven como argumentos para romper. Vuelven porque nunca se fueron, porque estaban por ahí, estorbando, en medio de todo, como la bicicleta estática que dejamos usar, como el patinete del crío. Conviene llevar mucho cuidado con lo que se dice, pero también con lo que se escucha, porque lo que se escucha y lo que se dice se reúnen en un rincón de la cabeza, como el polvo en una esquina de las habitaciones, y llega un momento en el que la atmósfera resulta irrespirable.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats