El día de la Iglesia Diocesana nos convoca a la celebración festiva y alegre, cabría decir que familiar, de nuestra realidad eclesial diocesana. Es el día de nuestra Iglesia particular, Diócesis de Orihuela-Alicante, que es nuestra manera concreta de ser la Iglesia católica.

Forman parte de nuestra realidad, además de una gran variedad de movimientos, asociaciones, comunidades, instituciones y servicios, 213 parroquias extendidas por nuestra demarcación diocesana y que son focos de vida cristiana y espiritualidad. En ellas se vive y crece la fe, se vive y crece la esperanza, se vive y crece la caridad. Y cada una lo hace desde su propia realidad particular y desde su propia historia, y con su propia gente.

En cada una de estas realidades parroquiales se llevan adelante las tareas de evangelización, catequesis y formación humana, litúrgica y espiritual que llegan a todos. A los niños de comunión, a los jóvenes que se confirman, a los novios que contraen matrimonio, a los matrimonios que están en la hermosa tarea de la educación de sus hijos, a los trabajadores que ganan el pan con el sudor de su frente, a los educadores que intentan sacar lo mejor de sus educandos, a los enfermos y mayores impedidos, etcétera.

Es esta una rica tarea que llevamos adelante todos. Con esfuerzo y abnegación. Con ilusión y esperanza. Con fe y caridad. Y en la confianza de que este esfuerzo no quedará sin recompensa y dará su fruto, porque: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16a), «de modo que, ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios, que hace crecer» (1 Cor 3, 7).

Si no decidimos «coger el carro y tirar adelante», esta noble tarea de la evangelización y la catequesis de nuestra diócesis, se estancaría. Nos pareceríamos a la higuera de la que Jesús buscó higos y solo halló hojas. Jesús no quiso disculpar a la higuera por aquello de que «no era tiempo de higos» (Mc 11, 13). No podemos permitirnos defraudar a Jesús en esa confianza depositada en nosotros. Estamos llamados a dar fruto y que nuestro fruto sea abundante (Jn 15, 5), y ello quiere decir que en este trabajo de todos nadie se puede jubilar. Por pequeñas que sean tus fuerzas, son necesarias para el bien de todos y para el desarrollo de la misión que Jesús ha encomendado a su Iglesia.

Por ello se entiende muy bien el mensaje que el día de la Iglesia Diocesana nos transmite: «Sin ti no hay presente. Contigo hay futuro».

Quiero acabar este mensaje trasladándoos mi cercanía a cada una de vuestras obras de apostolado. Os tengo presentes en mi oración diaria y pido para que vuestro trabajo sea bendecido y fructífero. En él se manifiesta nuestra realidad presente y se anuncian los frutos futuros. A todos mi aliento y mi gratitud. Recibid, especialmente en este día, mi afecto y mi bendición.