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El hámster en la rueda

Si no hay una sorpresa de última hora, lo más probable es que el lunes, después de las elecciones, nos encontremos en una situación muy parecida a la actual: sin mayorías claras, sin coaliciones factibles, sin una sola posibilidad de formar un gobierno que tenga una mínima capacidad de gobernar. La situación no es nueva. Desde hace cuatro años -quizá más-, los electores vivimos con un hámster atrapado en una rueda. La rueda gira, el hámster cree estar moviéndose sin parar, el corazón se le acelera, la realidad es un vértigo de imágenes que pasan y desaparecen a toda velocidad, pero la triste verdad es que todo sigue igual. Y la vida atrapada en una rueda que gira sin desplazarse hacia ningún sitio tiene que acarrear ciertas consecuencias en la cabecita del pobrecito hámster. Angustiado, estresado, molesto, inquieto y abochornado, y tan confuso que ya tiene el control del apetito alterado por completo -sintiéndose saciado cuando está muerto de hambre, y sintiéndose muerto de hambre cuando en realidad está saciado-, el cerebro del pobre hámster se ha convertido en una olla a presión. Y en lo más profundo de ese cerebro, en el sistema límbico -o lo que sea que tengan los hámsters-, se está produciendo un caos de interacciones neuronales que están dejando sin control las emociones más primarias, las más peligrosas, las más incontrolables. En especial, la ansiedad, la angustia, el odio, el miedo.

Esta situación no es solo nuestra, ya que lo mismo está pasando en medio mundo -basta ver lo que ocurre en Chile, en Bolivia, en Líbano, en EEUU, en Francia-, pero anuncia consecuencias bastante inquietantes. La primera, que quizá la democracia liberal, la democracia tal como la entendemos -o al menos la hemos entendido hasta ahora- se está convirtiendo en un mecanismo obsoleto para regular la vida de los seres humanos en la era de la inteligencia artificial y los silos de "big data" que almacenan nuestras conversaciones, nuestras búsquedas de Internet, nuestras compras, nuestros gustos y nuestras preferencias políticas. De hecho, ya se percibe una peligrosa deriva autoritaria en muchos de los candidatos (por no decir en todos). El actual presidente del gobierno en funciones parece muy orgulloso de poder controlar el poder judicial (cosa que de momento no es posible); Ciudadanos y el PP aprueban mociones pidiendo ilegalizar partidos democráticos; el independentismo catalán vive en una especie de república paralela donde no existe el Estado de derecho; y un partido como Vox propone medidas que ponen los pelos de punta. Y eso que me dejaba a Podemos, un partido que atrae a miles de personas que estarían dispuestas -aunque no parezcan muy conscientes de ello- a saltar el Muro de Berlín en dirección este, por el lado que llevaba a los campos de concentración y el incorruptible sistema soviético ("¡Al gulag, al gulag!", gritaban el otro día los asistentes a una manifestación indepe en Barcelona contra unos pobres burgueses encorbatados que pretendían asistir a una recepción).

La democracia liberal es premiosa, aburrida, lenta y casi siempre exasperante -con sus protocolos legales, sus pruebas judiciales, sus leyes aprobadas por mayorías en un parlamento-, así que cada vez parece menos capacitada para regular la vida de los seres humanos en un mundo que se ha vuelto vertiginoso, confuso, amenazador e inmanejable. Eso explica que mucha gente se refugie en el tribalismo, en el miedo a los extraños, en las soluciones simplistas y en las medidas disparatadas que cualquier persona con dos dedos de frente debería saber que son irrealizables. El otro día una foto de un independentista catalán que se había hecho fotografiar con una ametralladora (confío en que fuera de juguete) y el puño izquierdo en alto, como un guerrillero sudamericano de los años 70, cuando en realidad estaba luchando para vivir en un país que fuera un paraíso fiscal y que pudiera frenar la entrada de extranjeros, es decir, la escenografía revolucionaria puesta al servicio de las ideas más apestosamente reaccionarias de nuestra época. Y mientras esto ocurre, los ultras del otro lado, los de Vox, acusan a los extranjeros y a los inmigrantes de ser parásitos tan peligrosos como eran los judíos para los nazis.

Así estamos. Y la rueda gira y gira sin parar. Y nosotros somos el atribulado hámster -cansado, alterado, acelerado, desquiciado- que se pregunta angustiado hacia dónde diablos va.

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