Tenía yo once años cuando cayó el muro de Berlín tal día como hoy hace treinta años. Recuerdo perfectamente los primeros síntomas que indicaban el inminente colapso del comunismo totalitario en la Europa central y oriental, pues aquel verano de 1989, justo cuando Fukuyama publicaba su famosísimo ensayo sobre el fin de la historia, pudimos ver en todas las televisiones occidentales (lo que en sí mismo era un hecho sorprendente) como cientos de ciudadanos de la llamada República Democrática Alemana (RDA) huían hacia Austria a través de Hungría. Tiempo después se sabría que un error aparente de Gunter Schabowski, portavoz de la RDA, en su conferencia de prensa diaria en la mañana del 9 de noviembre, cuando informaba sobre el fin de las restricciones de viaje para los alemanes orientales provocaría que esa tarde se congregaran miles de berlineses frente al Muro para cruzar a la zona occidental. A las 2330 horas, un desbordado oficial de la temida Stasi, la policía política del régimen, dio la orden de abrir el paso de la calle Bornholmer.

No cabe subestimar la importancia histórica de aquella jornada otoñal, en la que de manera insólita una revolución pacífica tumbó el símbolo de la división de Alemania, pero también el de la fractura entre los europeos, como resultado de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética surgida de las cenizas de la II Guerra Mundial.

Por eso, este aniversario debe ser en primer lugar un momento de memoria y de profundización del re-encuentro entre los países de Europa. Todavía hoy en Europa occidental no se tiene plena conciencia, sobre todo entre los más jóvenes, de lo que supuso el mal llamado "socialismo real": supresión de las libertades y días dedicados a recorrer la ciudad en busca de los siempre escasos bienes de primera necesidad. Hoy, la antigua sede de la Stasi es un museo. Joerg Drieselmann, su actual director, fue invitado por el Parlamento Europeo para el acto de inauguración de una exposición sobre las actividades de aquella organización el pasado jueves 7 de noviembre. Nos contó en su discurso a los diputados y ciudadanos presentes que la Stasi llegó a contar con casi cien mil funcionarios y doscientos mil informantes, en un país de diecisiete millones de habitantes en 1989. El señor Drieselmann había sido detenido en 1974, a con tan solo 18 años. Pero él se considera un afortunado: no murió en una celda durante el curso de un interrogatorio, ni acribillado a balazos tratando de cruzar el Muro, como fue el destino de tantas personas al otro lado del Telón de Acero.

El colapso del comunismo en Europa puso fin a un incontable inventario de dramas humanos, y a la vez dio lugar a un mundo mejor: la reunificación de Europa, la expansión de la democracia liberal, el fin de la competición militar y nuclear entre Occidente y Oriente, y en consecuencia un renovado papel para las Naciones Unidas como gestor del nuevo orden multilateral. En efecto, la lucha ideológica parecía concluir con el triunfo del liberalismo político y económico, según la ya citada tesis de Fukuyama.

Pero la expectativa de democracia, paz, libertad, y bienestar que encarnó aquel año de 1989 no se ha cumplido plenamente. China sigue siendo un régimen autoritario: recordemos que la masacre de Tianamén tuvo lugar en aquel mismo año. El fin del comunismo soviético reanimó los fantasmas del nacionalismo, que disgregaron la Unión Soviética, más o menos pacíficamente, y Yugoslavia, violentamente. Rescoldos que perviven incluso en interior de la Unión Europea, con la pujanza de partidos nacionalistas contrarios a la integración supranacional y al multiculturalismo, y que gobiernan en antiguos países de la órbita soviética como Hungría y Polonia, o que han dividido en dos a la sociedad catalana. Rusia no es hoy la democracia que prometía cuando el 31 de diciembre de 1991 se arriaba la bandera de la cruz y el martillo en el Kremlin. Y una transición salvaje al capitalismo en la Europa central y oriental supuso una globalización de la economía sin dimensión social.

Con todo, este aniversario coincide con la apertura de un nuevo ciclo político en Europa como consecuencia de las elecciones al Parlamento Europeo en mayo de 2019. Estos comicios han cortado el paso a los nacional-populistas, y han otorgado una mayoría superior a los dos tercios de los escaños a los partidos políticos pro-europeos. Tenemos pues la oportunidad de unirnos más en clave federal para ser más fuertes en el mundo, y defender una globalización justa y un orden mundial basado en normas y valores, frente a las tentaciones hegemónicas de rusos, chinos, y por ahora, norteamericanos. Es por tanto el momento de realizar plenamente la promesa del 9 de noviembre de 1989, en beneficio de nuestro continente, y del conjunto de la Humanidad.