Es de agradecer que para las elecciones generales previstas para el día 10 de noviembre, las segundas en lo que llevamos de año, solo tengan una semana y un día de campaña electoral. Aunque se apriete la agenda de los llamados a gobernar, los ciudadanos de a pie nos ahorraremos tener que volver a escuchar las bondades partidistas y la retahíla de frases adecuadas, palabras y promesas vertidas en los atriles, las mismas de hace apenas cinco meses, y que hoy ya sabemos que estaban huecas y llenas de falsedades. A pesar de esta apretada agenda, el martes pasado los cinco aspirantes con representación parlamentaria se citaron en el pabellón de cristal de la Casa de Campo de Madrid. Se presuponía que sería un debate clarificador y que serviría para desbloquear la situación política por la que transita nuestra querida España. Tras un par de horas previas al combate electoral donde se discutió apasionadamente sobre el color de las chaquetas, la necesidad o no de llevar corbata y los tonos de las camisas, no sobre los pantalones ya que todos eran hombres, a las diez de la noche, con puntualidad inglesa, dio comienzo el debate electoral.

Treinta minutos después de la refriega política entre los cinco aspirantes a gobernar, en un desafío en el que se había pactado hasta el desodorante que llevaría cada aspirante, las primeras cabezadas de sueño apagaban poco a poco mi vigilia. Abonado como estaba de aburrimiento, los bostezos pronto dieron lugar a un sueño profundo y reparador. No se cuánto tiempo duró el tedioso encuentro entre los cinco; para mí en la primera media hora podía haber acabado perfectamente.

En los primeros treinta minutos Pedro Sánchez ya había confesado que su intención para acabar con el atasco institucional era que desde ese momento en adelante gobernase la lista más votada; apostando claramente por esquivar sólo el obstáculo de la investidura, dejando en manos de la diosa Fortuna el Gobierno de la nación; eso sí, siendo él presidente. La misma media hora que tardó Pablo Iglesias en pedirle, casi suplicarle, al PSOE un camino conjunto que les llevase un gobierno de izquierdas. Mientras Sánchez negaba una y otra vez con la cabeza, Iglesias tuvo tiempo y cambió la súplica por la amenaza de la derechización del presidente en funciones. Exactamente el mismo tiempo, treinta minutos, es lo que tardó Albert Rivera en mostrar, según él, un adoquín de las calles de Barcelona, mientras enseñaba un trozo de baldosa de dudosa procedencia y se autoproclamaba «paladín de la concordia» encargándose a Dios y al diablo para gobernar con quién fuese y cómo fuese. Media hora necesitó Pablo Casado en renegar de los suyos y afear las conductas y los hechos de aquellos con los que gobierna en Andalucía, Madrid y Murcia. Con amigos como el señor Casado, ¿quién necesita enemigos? Tal vez también fue en esa media hora donde Santiago Abascal desveló su visión de gobierno y tampoco sé el tiempo que empleó, aunque con un par de minutos hubiese tenido suficiente. Lo cierto es que no me importa. Reconozco que no sé lo que dijo el líder de la ultraderecha y sé que no estoy preparado para valorar o enjuiciar a una persona que siempre habla en tono amenazante de eliminar, suprimir, imponer, ilegalizar, encarcelar y otras muchas acciones entre las cuales jamás encaja la de dialogar.

Por lo que he escuchado, visto y leído tampoco me perdí mucho más y mi cuerpo se lo ganó. Bueno, sí. Me perdí y no sabía que al señor Casado le hubiese gustado «estar en mi casa y mirándome a los ojos, estrechar mi mano». Y yo durmiendo. ¡Qué susto! Deseos aparte del dirigente de los populares, tengo que reconocer el hastío y la desgana que me supone tener que volver a votar y tener que volver a elegir entre los mismos candidatos que hace unos días manifestaron su total incompetencia por llegar a un acuerdo.

Los mismos que enfangaron mi voto en disputas pueriles de niñatos maleducados y que forjaron en mí sentimientos de desencanto, de frustración y de desilusión. Bueno, los mismos no. Aparece un sexto candidato que se juega buena parte de su futuro político en la Comunidad Valenciana, de nombre Íñigo Errejón y que encabeza Más País. Pero puestos en sinceridades, lo que me empuja, lo que más me motiva a no faltar a las urnas el próximo día 10 es Vox. ¿Quién me lo iba a decir a mí? ¡Las vueltas que da la vida!