La adrenalina nos salva la vida. Es la hormona que permite al cuerpo reaccionar ante un peligro o una amenaza, ante el estrés o ante emociones intensas, para huir a toda velocidad o luchar con todas las fuerzas. Morir o matar. Es la química de la épica. La pasión por las venas. La gasolina de la energía. La que recorre el cuerpo de fin a confín en cada batalla para asegurar que funciona a pleno rendimiento. Quienes estuvimos en el Pedro Ferrándiz el sábado pasado, en el partidazo del HLA contra el CB Almansa, no dejamos de segregarla ni un instante, ni en la pista ni en la grada. Desde que vimos a Pedro Llompart asistir generosamente a Bamba Fall hasta la ya histórica canasta de Devin Schmidt en la última décima de segundo, que nos trajo la cuarta victoria de la temporada y produjo una descarga inmensa de electricidad en todo el pabellón, el conjunto de Pedro Rivero nos tuvo al borde del infarto. Algunos en la grada reclamaban el desfibrilador. Lo vamos a necesitar.

La adrenalina, también llamada epinefrina, produce efectos muy claros en el cuerpo. Eleva la presión sanguínea y acelera el ritmo cardíaco, para correr de campo a campo como hace Galán o mascar chicle con el ritmo que le impone Antuña en los partidos. Ayuda a los músculos a dar lo mejor de sí mismos y sacar la fuerza necesaria para defender o lanzar el balón desde más de seis metros de distancia, o para rebotear como si nos fuera la vida en ello, a base de glucógeno. Hizo a Issa Thiam abrir la estadística de triples en el primer cuarto y a Chumi Ortega coronarla sobre la bocina al borde del descanso, con un tiro de los que hace levantarse del asiento a toda la afición. Pura adrenalina. La hormona que, entre otras cosas, también incrementa el ritmo respiratorio, a pesar de quedarnos sin aliento en varios momentos del partido, especialmente cuando Almansa nos endosó un parcial de 13 - 27 en el tercer cuarto. Bien puede decirlo nuestro enfermero del equipo, Nacho Díaz, que regresó a la pista después de perderse varios encuentros y aplicó una férrea defensa sobre el CBA. Bamba jugó infiltrado, pero tenía los neurotransmisores al máximo. Epinefrina para dilatar las pupilas y ver bien al rival.

Epinefrina para encontrar aro como hizo Pitts en la remontada del último tiempo. La hormona de la activación para ganar un partido en el último suspiro. Amigos del baloncesto, cuídense las glándulas suprarrenales porque esta temporada nuestra hormona favorita no nos va a dar tregua en el Pedro Ferrándiz y cada partido promete ser un buen chute. El cuerpo responde ante emociones intensas y esta LEB Oro nos protege contra la anafilaxia al modo lucentino.

Hace más de un siglo que descubrimos la adrenalina y sabemos sintetizarla. Los fans de Tarantino lo saben. Los del HLA la segregamos a raudales. El sistema nervioso de Rivero es buena prueba de ello. Así que tengan mucho cuidado, pues la epinefrina provoca una incontenible sensación de euforia que engancha. Ya saben por qué nos gusta el baloncesto. No es pasión: es adicción.