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Desde mi terraza

Sin consenso

Me reconozco cautivo de los innumerables debates políticos; en cuanto descubro uno en cualquier cadena de televisión me quedo pegado al odiado y amado aparato que tanta compañía proporciona a quienes vivimos solos. En mi entorno los hay que eligen otras opciones que se alejan del apasionante momento político que vivimos, así por ejemplo mi amiga Bertha prefirió el lunes al comisario Montalbano de La 2, el siciliano que enamora a los amantes del género. También en mi cuadra, en la que hay de todo, los hay que prefieren TV3, la gran manipuladora y defensora del independentismo catalán carente de todo pudor, y pagada por todos los catalanes, que es lo mismo que por todos los españoles; los impuestos van todos a la misma caja. Resulta curioso comprobar cómo el hartazgo político que vivimos atrae más que nunca al españolito medio, cansado y hasta aburrido pero cada vez más interesado o al menos más atento a la cosa pública, lo que me parece algo saludable. Y el último gran debate concitó a un insólito número de españoles, más por el show televisivo, que ya emula a los multitudinarios programas estadounidenses de épocas electorales, que por el posible valor aclaratorio o informativo de los cinco representantes de otros tantos partidos políticos que el domingo se medirán en las urnas. Aclarar, aclarar? aclararon poco puesto que en momentos lo que vimos fue una pelea de gallos que dieron la callada por respuesta a algunos de los temas que se suscitaron; pero algo sacamos en limpio. Por lo pronto el constatar que el programa expuesto por el representante de VOX fue, en un porcentaje altísimo, absolutamente inconstitucional; es el huevo de la serpiente que Ingmar Bergman nos mostraba en una memorable película sobre el renacimiento del nazismo que ya tenemos instalado en varios países europeos. O del fascismo, su hermano menor. A pesar del terrorífico plan de ataque expuesto por el señor Abascal, quien según las encuestas ganó muchos adeptos, me pareció fantástico que pudiera exponer sin tapujos (y sin pudor, insisto) sus casi siempre ilegales propuestas en un medio público, frente a las dos derechas representadas por Casado y Rivera, este pertrechado de adoquín independentista. Pedro Sánchez desgranó sus proyectos sociales de manera lineal pero contundente, y Pablo Iglesias, «arreglao pero informal», puso de manifiesto una vez más las ganas que le tiene a un sillón en el Consejo de Ministros, que redondeó con una traición de su dicción al sustituir la palabra manada por «mamada» (ay, el subconsciente!). Como espectador concluí que las tres horas de programa me sirvieron para intuir que, de nuevo, no habrá consenso tras la jornada electoral del 10 de noviembre. Y si mi intuición no me falla? ¿qué haremos? ¿nueva convocatoria de elecciones? Pues espero que no, el país no está para continuar sin gobierno unos cuantos meses más, y se impone el consenso que desbloquee la situación. Por desgracia para la democracia española, el decorado de fondo continúa siendo la inquietante situación catalana; minutos antes del debate Barcelona era protagonista de caceroladas, de concentraciones de todos tipo, de nuevas muestras de intolerancia como el energúmeno que llegó a escupir a uno de los políticos invitados al acto de la entrega de Premios Princesa de Girona, al tiempo que una gran hoguera se alimentaba de fotos del Rey y alguna bandera española. Y así no, señores, así no. La satisfacción que a todo demócrata debe producir el que un sector de la población pueda expresarse en libertad, por muy discrepantes que seamos de sus aspiraciones, no excluye el rechazo que produce todo tipo de violencia y de intolerancia, que ha sido el pan nuestro de cada día desde que se promulgara la sentencia del Tribunal Supremo sobre los independentistas en prisión. Esto tiene que acabar si es que en Cataluña todavía existe alguien con sentido común, alguien que diga «hasta aquí podemos llegar», alguien que aplique un punto y aparte y no un punto y seguido a la situación, alguien que en definitiva haga verdadera política para que se empiece a hablar. No hay otra.

La Perla. «En política, la única posibilidad de ser honesto es ser aficionado» (Alfonso Guerra).

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