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Ya he leído todos los periódicos del día, de modo que echo el respaldo de la silla hacia atrás y permanezco un rato así, con los ojos cerrados, intentando crear dentro de mí un mapa del mundo. No un mapa geográfico ni político, sino un mapa moral. Nos falta esa cartografía. De hecho, escribo en Google el sintagma "Mapa moral" y me sale una localidad de Asturias de 59 habitantes y 33 viviendas.

En realidad, se llama La Moral, con artículo. Tengo que ir a verla. El caso es que no logro generar en mi cerebro una representación moral del mundo. Y eso que me he leído los periódicos con sus editoriales. La gente no los lee, los editoriales, porque tienen, sin excepción, un tono académico que echa un poco para atrás. Los editoriales están escritos desde el sentimiento de llevar la razón. A veces es un sentimiento impostado, pero funciona. Había, en tiempos, un editorialista famoso, creo que de ABC, que cuando le encargaban escribir sobre esto o sobre lo otro solo preguntaba si debía hacerlo a favor o en contra. He ahí un profesional. Hay profesionales de llevar la razón: los políticos, por ejemplo. Los observa uno en campaña y no logra hallarles un resquicio para la duda. Todo lo que pregona el adversario está mal, aunque esté bien.

En las encuestas, el porcentaje de la gente que dice no saber o que prefiere no contestar es bajísimo, el dos o el tres por ciento, quizá el cuatro, pero jamás pasa de ahí. ¿Por qué? Porque a la gente le produce pánico no saber. No saber, por ejemplo, si es bueno traer a España la Cumbre del Clima. Si me hubiera tocado decidirlo a mí, habría pedido que me dejaran leer primero tres o cuatro editoriales.

Concedo mucha credibilidad a los editoriales porque en el fondo de mi alma vive un señor pequeñito, de formación académica, partidario del orden. Le hago mucho caso a ese señor porque se parece a mi padre. Tiene la frente despejada y cuando me da consejos agacha un poco la cabeza y se pasa la mano derecha por la frente, como para hacerme saber que no es fácil convencer a un tipo tan duro de mollera como yo. Lo intento, juro que intento comprender la realidad de cada día. Pero se me resiste. Sé de aquello de lo que estoy en contra, pero no de lo que debería estar a favor. Papá, sigo siendo un desastre.

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