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Joaquín Rábago

Bernie Sanders o Elizabeth Warren van a tenerlo muy difícil

No es un secreto que a la cadena estadounidense CNN no le gusta nada el errático presidente de EEUU, Donald Trump, y que, como tantos ciudadanos de ese país y del resto del mundo, habría preferido la victoria de su más previsible rival demócrata en las últimas presidenciales norteamericanas.

Prácticamente desde que llegaron Trump y sus mentiras a la Casa Blanca, la CNN no ha dejado de machacar a los telespectadores y a las redacciones de todo el mundo con las supuestas o reales injerencias rusas en las elecciones norteamericanas y de culpar casi exclusivamente al amo del Kremlin de de todo lo malo que les pasa.

La clara preferencia de Vladimir Putin por Trump frente a la candidata del partido demócrata, Hillary Clinton, se debió, según algunos, a la posibilidad que tenía el Kremlin de chantajear a Trump por sus supuestos manejos en Rusia, sumada al temor ruso a la actitud mucho más beligerante, casi de Guerra Fría, de la segunda.

Clinton era claramente la candidata de Wall Street y del Pentágono, a la vez que la favorita del establishment demócrata, que hizo todo lo posible por torpedear a su más fuerte rival en las primarias de ese partido, el socialdemócrata Bernie Sanders, que, según algunos, habría tenido, gracias sobre todo al electorado joven, mayores posibilidades frente a Trump.

Sigo con asiduidad los noticieros de CNN, como hago con los informativos de otros países, y no deja de sorprenderme el monotema en el que parece anclada esa cadena: las maniobras rusas para torcer el resultado de las últimas elecciones norteamericanas. Es como si no hubiesen obrado otros factores como la poca empatía de la candidata demócrata hacia ciertos sectores del electorado, los que dieron finalmente la victoria Trump.

Esa obsesión informativa con la Rusia de Putin coincide con una más que dudosa estrategia del Partido Demócrata, que en lugar de plantar batalla a Trump en otros terrenos, denunciando, por ejemplo, sus favores fiscales a los supermillonarios o los recortes de su Gobierno a los servicios públicos, siempre en perjuicio de los más vulnerables, vuelve una y otra vez al vicio de origen: las injerencias rusas.

Con un sector del electorado capaz de tragarse su retórica ultranacionalista y de creerse cualquier cosa que salga de sus labios, Trump no ha vacilado a su vez en descalificar como "fake news" (noticias falsas) cualquier información que pudiera perjudicarle, atribuyéndola exclusivamente a la campaña de acoso que sufre por parte de la "prensa liberal".

Y ello hasta el punto de que, hasta que se filtraron a la prensa las maquinaciones del equipo de Trump para perjudicar, con ayuda de otro gobierno extranjero - esta vez no Rusia, sino Ucrania - al ex vicepresidente Joe Biden, actual favorito entre los candidatos demócratas en la carrera hacia la Casa Blanca, nada, ni siquiera sus más flagrantes abusos de poder, parecía hacerle mella al Presidente.

Ucrania, a cuyo gobierno presionó supuestamente Trump con la amenaza de retirarle la ayuda militar prometida si no le ayudaba a arrojar basura sobre Biden, ha sustituido de pronto a su vecina Rusia como obsesión informativa diaria de los principales medios norteamericanos.

El septuagenario ex vicepresidente con Barack Obama parece haberse convertido, gracias a su nuevo papel de víctima de las maniobras de un presidente falto de escrúpulos, en el favorito del establishment demócrata, que siempre ha desconfiado del socialismo a la escandinava de Bernie Sanders.

Incluso la también progresista, aunque algo más moderada que Sanders, la senadora y académica Elizabeth Warren, asusta a los poderes fácticos de aquel país con su propuesta de aplicar un impuesto a las grandes fortunas y desmembrar a los gigantes tecnológicos como Google, Amazon o Facebook para acabar con sus abusos y sus prácticas anticompetitivas.

Muchos sospechan que, como ocurrió ya en las pasadas primarias con Sanders, ni éste ni Warren, van a tener la oportunidad que desean, y sin duda merecen, de acabar desde la Casa Blanca con lo que la segunda califica de "sistema corrupto que pone en peligro nuestra sociedad y la misma democracia".

Ambos son partidarios del derecho de todos los ciudadanos a un sistema de sanidad universal, algo que provoca pánico a las aseguradoras privadas, y de una revolución ecológica que salve de la destrucción la vida en el planeta, todo lo cual exige, entre otras cosas, acabar con un sistema fiscal que favorece desproporcionadamente a los más ricos.

Difícilmente van a poder contar con la ayuda de los grandes medios, que se financian con la publicidad de la industria farmacéutica, de la sanidad privada, de las grandes aseguradoras, de los fondos de inversión y la industria del lujo, y que califican sus propuestas de "radicales", "idealistas" o "irrealizables".

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