«Si buscáis los máximos

elogios, moríos».

Epitafio en la tumba del escritor Enrique Jardiel Poncela (1901-1952).

Este año se cumplen cuatro décadas de ayuntamientos democráticos (de los de ahora). Una efeméride que, en otras circunstancias sociales, políticas y medioambientales, habría sido objeto de fastos y conmemoraciones varias, pero que al caer en un bucle (¿recuerdan?) de anteprecampaña, precampaña, campaña, elecciones, precampaña, campaña, elecciones, semana santa, anteprecampaña, precampaña, campaña, elecciones, verano, y vuelta a empezar con anteprecampaña, precampaña, campaña y elecciones, pues no ha habido tiempo de preparar nada oficial, tan dados como son los gobernantes de toda especie y condición a festejar fechas históricas y aniversarios de cualquier índole y desempeño. Pero ahora, nada oficial; ni siquiera un frugal piscolabis. Excepto el PSOE ilicitano, que desafiando el bucle montó un evento en el Centro de Congresos para honrar a sus concejales de las diez legislaturas, con presencia del ministro y candidato más estratosférico (chiste malo, lo asumo), el astronauta Pedro Duque, y con el responsable local y compañero de candidatura, Alejandro Soler, más contento que unas pascuas con el reencuentro de tantos familiares políticos.

Aparte de este evento no ha habido ni tiempo ni espacio en el calendario (ni supongo que ganas) para un acontecimiento más inclusivo y participativo, que convocara a todas las formaciones y ediles que han pasado por el consistorio. Aunque ya se celebraron los correspondientes alboroques y reconocimientos en el 30 aniversario, nadie hace ascos a una nueva reunión de viejos y viejas camaradas y camarados de la gobernanza municipal. Y mucho menos a la oportunidad de rememorar, entre discursos, placas y canapés, añejas anécdotas, chanzas, cuchufletas y chascarrillos de cuando eran más jóvenes y lo bien que lo pasaban criticándose la mayor parte del tiempo, amenazándose no pocas veces e incluso insultándose en numerosos lances, aunque todo por el bien de la ciudadanía, que conste. Cuarenta años, 300 concejales y seis alcaldes después, aquí seguimos, con los gobernantes de turno prometiendo que en breve harán muchas obras y con la contumaz oposición acusándoles de vender humo. Ya nos advirtió Thoreau de que no son las cosas las que cambian, sino las personas humanas. Pues eso.

Efemérides aparte, la actividad municipal y la consuetudianaria de la gente normal siguen su curso, cada una por su lado. Así, pese a que hace poco nos habíamos quedado estupefactos al conocer (y no por Duque, que habló solo de política terrestre) que el asteroide Higía, situado en un cinturón de pedruscos siderales entre Marte y Júpiter, podría ser en realidad el planeta enano más pequeño del Sistema Solar, el grado de asombro de algunos se incrementó aún más al ver juntos a los alcaldes de Alicante y Elche, Luis Barcala y Carlos González, hablando de entenderse, trabajar juntos y cooperar, en un acto de la patronal provincial. Todo por el bien del área funcional, que hasta ahora, de literatura mucha pero lo que se dice funcionar, «res de res».

«Hay que crear una comisión ya con las universidades, patronales y el colegio de geólogos, y ponernos a trabajar sobre el terreno», propuso, entusiasta, el regidor alicantino, que se nota que es nuevo en esto y aún es capaz de mostrar entusiasmo por estas cosas. «Vale, pero nosotros, de comparsa nada. Antes, hay que corregir agravios históricos», replicó, lista en mano, el alcalde ilicitano, experto en este tipo de maquinaciones metropolitanas capitalinas. Porque aquí, desde los tiempos del Triángulo Alicante-Elche-Santa Pola, nos las sabemos todas en cuestión de maniobras envolventes so pretexto de la «germanor» y la funcionalidad intermunicipal.

Según afirman fuentes apócrifas, González aprovechó el acto conmemorativo del PSOE para comentarle el tema a Pedro Duque. «Carlos, yo lo único que tengo que decir es que Andrómeda, nuestra galaxia vecina, se ha tragado en los últimos 10.000 millones de años, mes arriba, mes abajo, unas cuantas galaxias aledañas más pequeñas. Y eso que se aproximaba a ellas aparentemente con buenas intenciones y lucecitas de colores». La primera autoridad local, como siempre, tomó nota.

Barcala no quiere que pase como con los anteriores fallidos intentos de confraternización intermunicipal, independientemente de la concordancia o no en el color político de los alcaldes: Pastor-Lassaletta, Rodríguez-Lassaletta, Maciá-Luna, Maciá- Díaz Alperi (en estos dos últimos casos no hubo ni siquiera tentativa de acercamiento), Soler-Castedo, Alonso-Castedo y González- Echávarri. Las aproximaciones, cuando las hubo, no pasaron nunca de IFA. El alcalde alicantino lo va a tener complicado en su empeño. Deberá demostrarle a su vecino más cariño y desfacer muchos agravios, o no hay entente funcional que valga.

Y más después de la pesadilla que cuentan sus allegados que tuvo González, precisamente en Halloween. El alcalde ilicitano se encontraba en plena noche de ánimas, un año más, trabajando abstraído en su despacho cuando sonaron unos persistentes golpes de aldaba en la puerta de la casa consistorial. «¡Cuál aporrean esos malditos!/ Pero ¡mal rayo me parta/ si en concluyendo la tarta [del 40 aniversario: él sí lo celebró]/, no pagan caros sus golpecitos!», exclamó en su ensoñación, mientras se asomaba al balcón de su despacho. «¿Qué es esto? ¿Sueño... delirio?», inquirió al vislumbrar en la Plaça de Baix a un grupo de embozados en plena algarabía. «¡Truco o trato!», escuchó declamar al mismísimo Barcala, disfrazado de Coco (aunque la barba lo delataba), quien prosiguió: «¿No es cierto, querido regidor,/ que en esta apartada orilla [del Vinalopó. (N. del E.)] / más pura el área funcional brilla/ y se colabora mejor?». «Callad, por Dios, ¡oh! don Luis/ que no podré resistir/ mucho tiempo sin inferir/ que tras el trato un truco bruñís», replicó el del balcón. Y en esas pláticas estaban cuando resonó en el lugar una lúgubre voz procedente del más allá (de la plaza de los Flores, más o menos): «Andrómeda, Carlos, recuerda Andrómeda...».

Despertóse de su alucinación, sudoroso y turbado, el regidor ilicitano. Tras cerciorarse de que sólo de trataba de un mal sueño, tomóse un té rooibos y volvióse a los brazos de Morfeo (con permiso de su mujer). No había entrado aún en la fase REM cuando una nueva ensoñación hizo mella en su sistema límbico. Ahora era Pablo Ruz quien hallábase encaramado en lo alto de la Calahorra personificado de Joker (el de Jack Nicholson, no el de ahora, mal rollo) desplegando su histriónica risa: «¡Ja, ja, ja! ¡Me río del plan Edificant, de las inversiones sostenibles, de Elche 2030 y del inepto bipartito! ¡Ja, ja, ja!». «¡Y ahora este! ¡Lo que me faltaba! -musitó, en su subconsciente subliminal, el alcalde- ¡Menuda nochecita de ánimas!». A lo lejos, Calendura daba las doce y siete.