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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

El postre

El canibalismo no desapareció, se ha transformado. El tráfico de seres humanos constituye una de sus variantes, pero sólo nos damos cuenta en situaciones de excepción: cuando aparece un contenedor con 39 cadáveres dentro, por ejemplo. Ahí es nada: casi cuarenta personas que iban destinadas a alimentar el cuerpo del capitalismo exagerado, en cuyas fauces van cayendo poco a poco los propios capitalistas. El mundo actual es lo más parecido a una fiesta caníbal de dimensiones bíblicas. Ahora mismo se puede ser trabajador y pobre porque también hay una plusvalía caníbal. Consiste en comerse al trabajador por partes, pero manteniéndolo vivo para que no deje de producir. Si no basta con él, importamos mano de obra extranjera en contenedores refrigerados. A veces se nos mueren, porque nada es perfecto, pero el sistema, en líneas generales, funciona. Piensen, si no, en las esclavas del sexo, arrastradas con engaños a burdeles en los que ni siquiera se habla su lengua, y en donde son devoradas minuciosamente cada día por individuos que, lo sepan o no, representan al sistema por el que a su vez son devorados sin contemplaciones.

No es fácil distinguir ya al que come del que es comido porque todos comemos y somos comidos a la vez. Un verdadero lío en el que no pensamos a menos que la policía abra casualmente el remolque de un camión y descubra decenas de cadáveres amontonados en el suelo. De súbito, el mundo se para unos instantes. Imagina uno las expresiones de todos esos muertos, cada uno con sus dos manos y sus brazos y con el par de piernas con el que se mantenían firmes en la oscuridad atroz del remolque antes de que cesara el flujo de oxígeno. Creían, pobres, que viajaban a un mundo mejor, cuando venían al Paleolítico contemporáneo como meros objetos de consumo, como el postre de un banquete antropófago. El postre se ha echado a perder por un fallo del sistema de ventilación.

Eso no significa que cese el flujo de carne fresca procedente de aquí o de allá. Tan solo se interrumpe brevemente para aparentar un dolor que no sentimos, para fingir un escándalo que repare un poco la imagen que de nosotros mismos nos devuelve el suceso. Pero la fiesta caníbal continúa.

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