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El verdadero problema catalán

En el año 1985, hace ya cerca de 35 años, Josep Guia, uno de los máximos exponentes del soberanismo valenciano más catalanista y ligado a través de su esposa a la localidad alicantina de Beneixama, publicó un libro que se convirtió en el catecismo de un sector político que, por otra parte, no tenía ni peso electoral ni tampoco social. «És molt senzill, digueu-li Catalunya» era una reflexión en la que Guia apostaba por extender a todos territorios que comparten variantes de una misma lengua -catalán, valenciano, mallorquín...- la denominación única y común de Cataluña profundizando en las tesis de Joan Fuster, el gran intelectual del catalanismo valenciano. Eran los tiempos en los que la Unitat del Poble Valencià -el embrión del que surgió el Bloc para, posteriormente junto a otros socios, convertirse finalmente en Compromís- se presentaba a las elecciones europeas formando coalición con CiU y con el Partit Socialista de Mallorca, hoy reinventado como Més. Y en los que el valencianismo político encadenaba una tras otra durísimas derrotas electorales con un discurso centrado únicamente en la identidad.

Aquella estrategia ideológica cambió, entre otras cosas, con la publicación en 1997 de «Sobre la nació dels valencians», un ensayo de Joan Francesc Mira como revisión de todas las tesis anteriores y en el que se acotaba el proyecto valencianista al territorio de la Comunidad. Posteriormente surgió el Bloc, que estuvo muy cerca de obtener la representación en las Cortes pero que aún vivía lastrado por una visión profundamente identitaria. Y, finalmente, varias marcas se refundaron en Compromís, convertido ahora en una fuerza de gobierno con un mensaje más transversal y, a pesar de conservar el valencianismo como clave de su ideario, con un discurso de corte más social. El éxito electoral les llegó cuando primaron ese relato mucho más abierto centrado sólo en la Comunidad y abandonaron casi por completo el anterior.

El pasado viernes, como se recordará, el presidente catalán Quim Torra protagonizó un sainete más muy propio de su lamentable mandato cuando impulsó un documento que recogía casi punto por punto aquellas tesis soberanistas que Josep Guia plasmó a mediados de los 80 con la Comunidad como un apéndice de Cataluña. El texto no lo firmó ninguna fuerza política valenciana con peso más allá de alguna marca semiclandestina. En un doble acierto, la dirección de Compromís se apartó del «marrón» y el jefe del Consell, Ximo Puig, aprovechó para marcar lo que definió como una vía valenciana de autogobierno alternativa al choque del soberanismo catalán en Barcelona y al afán recentralizador que la derecha impulsa desde Madrid.

Ese apunte de Puig, sin duda necesario desde hace tiempo y bienvenido como posición del Consell al margen de la evidente relación económica o cultural con Cataluña, sin embargo, tenía olor a tacticismo electoral. A eso se encomendó el presidente. Los socialistas creen, como dejó claro Pedro Sánchez en su visita a Elda, que marcar posición sobre Cataluña les va a conceder rédito en las urnas una vez que el PP, Ciudadanos y Vox han convertido la cita del 10-N en un bucle sin soluciones para este asunto y las bases de Compromís se enredan en viejos debates que llevaron a las siglas que les precedieron a la irrelevancia en las urnas. Nuestro verdadero «problema catalán» es que, en esta campaña, no hablaremos de la agenda valenciana en Madrid con la financiación como tema principal. Y no nos lo podemos permitir. Por eso: «És molt senzill, no som Catalunya».

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