La invisibilidad nos produce fascinación por el solo hecho de que no podemos ver algo que puede o no estar presente. Muchas de las intuiciones se basan en lo invisible, sucesos que por algún motivo nos encandilan sin expresarse abiertamente ante nosotros. Hemos vivido en la creencia firme de no creer en lo que no vemos, con excepción de lo que implica tener fe en algo o alguien, y de aquello que podemos ser testigos, creernos solo una parte, porque siempre tendremos la posibilidad de añadir o quitar elementos que alteren la verdadera realidad.

Cuando hablamos de ver, no nos estamos refiriendo de forma singular a lo que podemos percibir por la vista, eso sería muy reduccionista, hemos de aglutinar también todas aquellas cuestiones que, de alguna forma, somos capaces de ver con el entendimiento, la razón, la imaginación o la mezcla de todos ellos.

Pueden hacer la prueba mediante el análisis de una fotografía que hayan visto multitud de veces. Si la observan desde diferentes puntos de vista podrán descubrir en ella un sinfín de cosas y sentimientos que siempre han estado ahí, pero que no habían llegado a percibir. También pueden visionar la película clásica de Antonioni Blow-Up, donde un fotógrafo descubre un crimen escondido en unas fotografías.

En los últimos tiempos nos estamos acostumbrando a la invisibilidad mediante el uso de las redes sociales, donde muchos ejercen el anonimato para quedar ocultos tras unas pantallas planas. Tienen un miedo atroz de enfrentarse con sus interlocutores que pueden actuar como juzgadores, o sencillamente desean no ser vistos por los demás porque perderían ventajas emocionales.

Ser invisible a propósito puede generar satisfacción, paz o reducción de tensiones, pero serlo sin quererlo es una tragedia. Ser visible ante los demás está sobrevalorado, sobre todo, por aquellas personas que necesitan ser el centro en cualquier situación, porque no soportan ser ninguneadas.

La invisibilidad cuenta con una magia especial en todo aquello que sabemos que existe, pero nadie más puede ver. Por ejemplo, nuestro pensamiento que está encubierto y nadie puede hacerlo visible, porque incluso para su propietario puede resultar farragoso transmitirlo fielmente. O el grado de felicidad, que es único para cada persona y tampoco es manifiesto en sí mismo para los demás, excepto las consecuencias que se desprenden de él, pero que nos pueden llevar a engaño con facilidad. La invisibilidad es tan necesaria para la supervivencia como su contrario, pero hemos de ser muy cautos con ella si no queremos acabar siendo ella misma.